Ahora que Marcelo ha empezado el colegio, me acuerdo mucho de una frase que dijo Eduardo Haro Tecglen en cierta ocasión: los niños se levantan un día por la mañana, van por primera vez a la escuela, y ya no vuelven.
También yo tengo esa percepción. Mi pequeño, además, va al mismo centro al que yo fuí por primera vez hace 40 años; imaginarás la de recuerdos que se me vienen encima.
(De Haro Tecglen leía sus columnas en El país todos los días, y me gustaba, excepto cuando le desbarraba la vena anticomunista).
El cambio de ciclo vital de Marcelo coincide en el tiempo con el mío, aunque son distintos cambios y distintos ciclos (esto último obviamente). O eso creo, al menos desde agosto, cuando me llegó una especie de figuración en la que ya no me encontraba mirando hacia arriba (mis padres), sino hacia abajo.
He dejado de acostarme tarde en los días laborables, porque ahora me levanto más temprano. Procuro no perderme un instante de lo que me rodea desde que suena el reloj hasta que me despido de la señorita Rosario en la puerta del aula infantil del Cervantes.
Como la información de la radio y televisión públicas se ha puesto intratable, me mantengo bien despierto con la música de Hoy empieza todo (Radio 3), que, además, siempre me deja la reverb de alguna canción para el resto del día. En este caso, del estribillo «Las cabras españolas no tiran al monte | las cabras españolas se tiran a la gente».