11S después del rompeolas.

50 años ya desde que «para matar al hombre que era un pueblo / tuvieron que quedarse sin el pueblo». En la víspera escuché Santiago de Chile, original de Silvio Rodríguez, en la versión que hizo Miguel Ríos. Hacía mucho que no volvía a ella; cada 11S me suele llegar con los versos «La muerte no acaba nada» y «Los mismos en Chile que en España» que escribiera Alberti y cantaba Víctor Manuel. La oscuridad de este día es aún mayor por el terremoto en Marruecos (y su rey miserable) y el terrible accidente, tan cercano, en la avenida José Luis Prats de mi pueblo. Menos mal que nos queda el amor en los tiempos del cólera, brindar con vino del Condado por las treinta horas de rompeolas en Mazagón.

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Primera sesión.

Mañana con los sentidos en orquesta parabólica: veo on line las votaciones en el Congreso (donde, como escribe Gerardo Tecé, «el parlamentarismo ha asesinado al relato mediático»), apuro y separo a ratos el estudio de mis cosas estivales (reciclaje, vaya), escucho música gratificante (tanto que pienso, aun consciente del desborde intelectual: «¿Cómo he podido vivir sin este disco desde 1981?») y, en modo residual, hasta escribo. En la pantalla aparece, de vez en cuando, nuestra mujer de rojo (Engracia Rivera) sentada al lado de la (nuestra flamante) vicepresidenta tercera, Esther Gil.

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Escuela de calor.

No te vas de vacaciones porque practicas staycation y, seguramente, consideras el verano como una prolongación supercool del nesting. Tú, y esos amigos tuyos con los que, sujétame el cubata, una noche loca de freeganismo decidísteis apuntaros al coliving y abrazar la sharing economy. Pero a mí no me engañas: lo tuyo es postureo, pura pose trendy; demasiado viejo para ir de treinteenager por la vida. Deberían quitarte la paguita.

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Jornada de reflexión.

«Del turismo se vive muy bien pero la Axarquía es para comer», dice un señor en la radio, quejándose de que los campos de golf han dejado sin agua los cultivos de la comarca. Los colectivos ambientalistas también critican el uso excesivo de agua en las plantaciones de aguacates y mangos. Los trastos a la cabeza y el pantano de La Viñuela al 8,9 por ciento. Si no aplicamos el cambio climático a todo lo que nos mueve en el día a día, lo llevamos claro.

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Sumando en Marismillas (y el ladrón de fresas).

De regreso a Marismillas, esta vez en campaña para las elecciones generales (obviedad). Aquí me pasa como en Pedrera: me convierto en su embajador antes y después de ir, a todo el mundo se lo cuento. (Lo mejor de todo es que no son la excepción). En Marismillas están las mejores puestas de sol del Bajo Guadalquivir, dicho por su alcalde, incluso cuando arde la calle al sol de poniente. En las reuniones, actos y asambleas, de IU o ciudadanas, sean de lo que sean y a la hora que sean, hay legión de mujeres y presencia testimonial de hombres. Y lo más: nadie tiene prisa (o no parece tenerla, que yo sé lo que me digo).

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Un post de retales.

Con la campaña electoral no me ha dado tiempo a casi nada: apenas hacer retuits, publicar historias en Instagram y replicarlas en Facebook, cuatro fotos y media y muchas, muchas horas y kilómetros de coche. Tampoco he podido actualizar este blog. Aquí dejo algunas notas, las últimas, recuperadas de las últimas páginas del último cuaderno que se me ha teminado. No valen nada: solo son testigos de lo vivido.

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