Fronterizo.
Más palabras que alaridos.
Racismo, eurocentrismo y aporofobia: lo de Vinicius y Ucrania oculta bajo la alfombra la vergüenza mundial por los 7 millones de personas moribundas por el hambre en el Cuerno de África.
El remitente
En la casa de mi infancia (un piso bajo de vpo en ‘El Espolón’, edificio de 50 viviendas con una sola puerta de salida, en la barriada Juan Sebastián Elcano de Dos Hermanas) había una radio Philips de los años sesenta, donde mis hermanas escuchaban ‘Lucecita‘ y mi padre ‘El tío y el sobrino‘. También había un tocadiscos Cosmo 751, donde me aprendí de memoria el ‘Congratulations’ de Cliff Richard o singles de Pop Tops, James Brown, Los Bravos y hasta de los Smash, que aún conservo. Hace tres lustros, por desgracia, dejó de funcionar un ventilador Taurus, de esos que aún se venden en Wallapop y sitios similares. Y me queda una máquina de escribir Olivetti, que por entonces ocupaba un lugar preeminente en el salón de casa, bien protegida dentro de su maleta, sobre un mueble con ruedas, atril extensible y tapete de ganchillo, uno de los que mi madre manufacturaba en sobremesas y noches de películas de tiros en la televisión.
(Con tu permiso, camarada Saramago), hoy he desayunado y me he aseado con el mundo según en doce pulgadas y tal vez no debí hacerlo, porque luego, tras subir una foto del rincón de trabajo abierto a la plaza, he cerrado la ventana para evitar el olor a combustión y el ruido del tráfico, que no es que sean limitantes, pero prefiero el aislamiento del climalit de vpo, el ventilador suave y los libros de anna magdalena, que son el mundo según la familia bach en el siglo xviii.