Extraños en el escaparate

Hay otros mundos, pero están en este. No sé si el poeta Eugène Grindel, autor de la frase, llegó a imaginar la dimensión de una afirmación tan desastrosamente actual, hasta el punto de que esos otros mundos no sólo existen, sino que son abrumadores, son este, y ahora los otros son los menos.

En nuestra ciudad decaída, los otros mundos son legión: legión de personas desempleadas, de personas en riesgo de exclusión, en riesgo de desahucio/lanzamiento, con los saldos en números rojos, con el contrato de trabajo en precario o a cuatro días de cumplirse, en las listas de espera de las consultas del psiquiatra o los servicios sociales municipales.

Hoy, en esta Dos Hermanas que se balancea entre la solidaridad y la sociopatía, los otros mundos se rebelan contra el mundo de los escaparates, y ya imaginan una sociedad donde los límites no los imponen las leyes, sino la dignidad humana.

Pero también, por desgracia, vivimos la ciudad donde surgen las luchas entre los propios estratos proletarios: los pobres que acusan a otros pobres de quitarles el pan, el trabajo, la ayuda social; donde la competitividad capitalista se ha instalado en los más necesitados: el funcionario acosado, la amenaza.

Otros mundos son el mundo, y este, el de antes, es el pequeño reducto de los que tienen el trabajo asegurado, la cuenta bancaria saneada y la luz y el agua enganchados legalmente. Algunos permanecen en sus burbujas, en sus hermandades, en sus clubs de campo, ajenos, huyendo del aturdimiento; pero otros, cada vez más, son también cada vez mejores, porque ayudan, colaboran, se mojan, se arremangan y pelean por esos otros mundos. Y no cobran por ello, y no están en política, y no mienten, y saben lo que pasa porque están donde pasa: no ponen el escaparate, sino que se quedan al otro lado, mirándolo, extrañados por lo que ven.

Y tienen nombres y apellidos, y yo me alegro tanto de conocerlos.