La simbología cotidiana importa. Me miro al espejo sin gafas, con un jersey de cuello vuelto gris oscuro, y el individuo que (mal)veo se da un aire a José Sacristán. Empiezo 2025 escuchando la Séptima de Beethoven, que expresa alegría y ganas de vivir, a pesar de la decepción que sintió al conocer a Goethe de camino a Karlovy Vary, donde escribió su misteriosa carta a la «amada inmortal», donde «un algodón en sus oídos detenía los silbidos cuando tocaba el piano».
Arroz en caldo de puchero, vino de Kandinsky y retales de la última cena del año pasado, comme d’habitude, que toda la vida ya está enmarcada según Maud Lewis: su biopic es mi primera película del año. Y un homenaje a mi infancia con el adiós de Sotil, aquella estampita inolvidable de antes de la camiseta de Cruyff que me regaló mi padre cuando acabé la EGB.