Una de las formas

de dividir a las personas podría ser: aquellas que tienen ilusión o las escépticas. En política sobre todo. A las segundas les aplicaría el poema de Tranströmer: «El mayor fanático es el mayor escéptico. Sin saberlo./ Es un pacto entre dos/ donde uno es cien por ciento visible y el otro invisible». Con las primeras voy más allá, con Rousseau: «No hay nada más hermoso que lo que no existe». Lo importante es subir la escalera y adentrarse; lo otro es sucumbir al vértigo, fácil pero inútil.

Descanso dominical y lunes

más o menos, el gran hermano me devuelve fotos taldíacomo de los últimos años, muchas banderas tricolor, casi siempre calor, algunas presencias que echar de menos. Desayuno en Living Book y recogida de avales para Antonio Maíllo. En una mesa cercana alguien comenta: «Esa persona le parece turbia porque le pone delante del espejo».

On the turn of a friendly card.

Toda civilización tiene

un envés de barbarie. Repasando citas pasadas, encuentro esto que el compañero Raúl de Montequinto me escribió en WhatsApp: «Una vez leí un cartel en el mayor ‘manicomio’ de Buenos Aires que decía… ‘Nosotros estamos aquí dentro para que los de fuera crean que están cuerdos’». Esa frase me traslada a un libro de Inger Christensen que me regalaron por mi cumpleaños, Eso, donde todos los pacientes de un centro psiquiátrico se ponen de acuerdo para decir que nieva y, al cabo de un rato, el personal sale al jardín a dar vueltas, corriendo y

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No hay por qué desconfiar si la locura ha decidido ya por ti.

Algo personal.

"Ya sabes lo que dice Paul Valéry de la cortesía" responde Karen Blixen a su tía en Memorias de una escritora. "La cortesía es la indiferencia organizada". Hoy he decidido agrandar el abismo abierto entre escribir aquí y hacerlo en las redes sociales. No sé cuánto me durará este barrunto, (como puede verse, minimalismo) ejecutado sin piedad; lo que pienso ahora es que la diversidad me empuja a hacer lo útil, decir lo valiente y contemplar lo bello.

Rancio, Vintage o Clásico.

«La libertad es ir tú solo en el coche», dice el anuncio del utilitario. Delacroix, Henry Ford y Ayuso de profundis, siglos clamando al mismo patrón. Afirmó Alma Mahler que el buen gusto es el fin del arte, pero ¿Arévalo es un clásico? Yo creo que un clásico es aquella noche de 1960 en que El Fary recogió con su taxi a Ava Gardner y la paseó por medio Madrid. Que es La Novena Sinfonía de Douglas Sirk, los rostros hoy-imposibles de sus personajes. O la voz decimonónica de Walt Whitman recitando América, el primer audio de un poema grabado en la historia del ser humano. Un clásico, en modo muy personal, es ese grupo de whatsapp Rancios no, somos vintage, que creamos cuando los sectarios envenenaron las municipales del 2015 y nos conjuramos, como el poeta Carl Sandburg, en el convencimiento de que “nada sucede a menos que primero lo soñemos”. Yo, Claudio: el gangoso eterno, él sí que sí.

Alma y los versos sáficos.

A las diez y veinte de la mañana recibo una foto de un recién nacido sobre su nido del hospital público: «Luis Domingo Escamilla Galán ya está en el mundo». Insinuación gráfica evidente: otro bético más. (Para no gustarme el fútbol, estoy que me salgo). La mañana vacacional transcurre tibiamente entre los hechizos de la Celestina (a través del diario de Elicia) y las canciones de Tulsa; la tarde, hasta la puesta de sol, de recorrido fotográfico y mitológico (a través de los versos sáficos de Christina Rosenvinge). Y la noche, tras la cena, con Alma Mahler y Kokoschka: «Él no te dejó vivir, yo no te dejaré morir».