Salí a buscar el rayo verde

en el horizonte troquelado de Madrid tras una jornada compartiendo reencuentros, historias comunes y nuevos caminos por recorrer. Resultó que cuatro o cinco señoras mayores pasaron por la puerta de La Nave; una preguntó qué sería aquello, otra respondió que una cosa de política y una tercera que todos los políticos son unos chorizos (confirmación del coro al unísono). En el viaje de vuelta, chocolatinas, snacks y galletitas de máquina para cenar, más cabezadas que miradas a los móviles o los libros, cansancio del sábado noche y repaso a las noticias de la prensa digital: en Diario de Sevilla, las veintitrés primeras entradas dedicadas a la semana santa (es verdad que la lluvia) y las ocho siguientes al expresidente del Betis (es cierto que el morbo). On the road terminé Socialismo de medio planeta y es tras ese the end cuando las dos citas del comienzo se clavaron en el centro de la diana, especialmente la segunda.

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Un fenómeno celeste no es tan espectacular.

Marco en mi agenda de hitos vitales

el 10 de febrero de 2024 a las 20,00 h. como el primer día que asisto a un concierto de clásica con mi hijo. Él tiene 14 años, yo 57 y la partitura de la obra que escuchamos cumplirá 300 en apenas unos meses. Solo puede existir aquello que está obligado a repetirse. Las Cuatro Estaciones, toda una colección de hits, auténtico pop ma non troppo. Y mi hijo, como su padre: «El que más me ha gustado, el Invierno

Las consecuencias del amor

Nadie sin su papel.

Fin de semana de asambleas en La Campana (viernes), El Viso del Alcor (sábado) y Huévar (domingo). Entre medias, videoconferencias on the road, ratos de música y escapada al cine. De lo uno: tanto escuchar a Kortez ha dislocado los algoritmos de la app de música por streaming que me recomienda novedades. De lo otro: el retrato del lumpen finlandés en Kaurismaki es un alegato de la dignidad del proletariado. Fallen leaves está en pocos cines, pero se proyecta en infinidad de hogares; su sentido del humor quema igual que la escarcha: los ambientes sórdidos atraen, las conversaciones son cortas pero dicen largo, los rostros hieráticos de los personajes seducen, lo secundario interpela y reclama la atención (un cartel de ‘Prohibido fumar’, la comparación de una película de zombis con Banda aparte de Godard, la pareja caminando al final…).

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Rancio, Vintage o Clásico.

«La libertad es ir tú solo en el coche», dice el anuncio del utilitario. Delacroix, Henry Ford y Ayuso de profundis, siglos clamando al mismo patrón. Afirmó Alma Mahler que el buen gusto es el fin del arte, pero ¿Arévalo es un clásico? Yo creo que un clásico es aquella noche de 1960 en que El Fary recogió con su taxi a Ava Gardner y la paseó por medio Madrid. Que es La Novena Sinfonía de Douglas Sirk, los rostros hoy-imposibles de sus personajes. O la voz decimonónica de Walt Whitman recitando América, el primer audio de un poema grabado en la historia del ser humano. Un clásico, en modo muy personal, es ese grupo de whatsapp Rancios no, somos vintage, que creamos cuando los sectarios envenenaron las municipales del 2015 y nos conjuramos, como el poeta Carl Sandburg, en el convencimiento de que “nada sucede a menos que primero lo soñemos”. Yo, Claudio: el gangoso eterno, él sí que sí.