Cuaderno de agosto (5).
No sé si
el arte es imprescindible para que la gente reaccione contra el creciente espectro del fascismo, como dice Laetitia Sadier; o si la tecnología dinamita las estructuras de poder y eso hace de ella un poderoso agente liberador, como dice Laura Spiegel. No suenan mal, pero apuntan a spoiler de una esperanza intelectual. Se cumplieron ya seis años de aquella huelga general feminista en la que cinco-coma-tres millones de trabajadoras españolas se echaron a la calle y la más multitudinaria manifestación de la última década colapsó media Sevilla y muchas ciudades en todo el país. Algo hizo crack ese día, como el lejano ocho de marzo de mil novecientos diecisiete que encendió la mecha de la revolución soviética; pero no: tras el colapso sobrevino el temblor y el vértigo, se alejó el horizonte, nos engañaron con la primavera, no soy neutral y yo eso lo llevo mal fatal.
The walls are falling down, cultures are communing.
Bilbao.
Rumbo norte, donde en los ochenta siempre llovía en domingo, donde en este siglo los rayos de sol me preguntan por ti. Por el camino, desde el cielo nocturno, las luces de Madrid, Ávila, Aranda del Duero, Miranda de Ebro, Vitoria… La ciudad que conocí en verano de 2001 ha cambiado, pero no se me hace extraña, así la esperaba.
Sumando en Marismillas (y el ladrón de fresas).
De regreso a Marismillas, esta vez en campaña para las elecciones generales (obviedad). Aquí me pasa como en Pedrera: me convierto en su embajador antes y después de ir, a todo el mundo se lo cuento. (Lo mejor de todo es que no son la excepción). En Marismillas están las mejores puestas de sol del Bajo Guadalquivir, dicho por su alcalde, incluso cuando arde la calle al sol de poniente. En las reuniones, actos y asambleas, de IU o ciudadanas, sean de lo que sean y a la hora que sean, hay legión de mujeres y presencia testimonial de hombres. Y lo más: nadie tiene prisa (o no parece tenerla, que yo sé lo que me digo).
Ocaña en la memoria de Sevilla.
Hoy se ha inaugurado en Sevilla un monolito dedicado al pintor José Ocaña. Su memoria queda así inmortalizada en un rincón privilegiado de la misma calle que lleva su nombre.