Un estudio de la Universidad de Sevilla revela que en una calle de 100 metros de longitud donde hayan plantado 10 árboles, la media (depende del tipo de árbol, claro) absorbería al día el CO2 emitido por 10.373 vehículos. La investigación, dirigida por el catedrático de Ecología Manuel Enrique Figueroa, concluye que una adecuada planificación del arbolado urbano y de las superficies forestales reducirían las emisiones de gases de efecto invernadero. El mismo día que salió a la luz pública dicho estudio, el ayuntamiento de nuestra ciudad ha echado una gigantesca losa de alquitrán en la explanada que hay frente a la discoteca B3, acallando así los rumores, probablemente malintencionados, que ubicaban en ese lugar un centro cívico. Faltaría más.
Nuestros gobernantes tienen por costumbre aplicar a la ciudad el mismo criterio que muchas personas que se compran una casa con jardin y lo primero que hacen es alicatarlos hasta el techo para no pasarse el día limpiándolos y barriéndolos. Por eso han tapado los adoquines de las calles céntricas, por eso han arrasado con los naranjos y han puesto lebrillos gazpacheros, por eso han entubado los arroyos y por eso en muchos parques hay más metros cuadrados de hormigón y losetas que de vegetación. Esa política «verde» del cesped y las flores, que confunde el ecologismo con la jardinería, es muy propia del urbanismo enmaquetado y aséptico: lo importante es el color y no el cuidado del medio ambiente.
En Dos Hermanas, la delegación de urbanismo manda y la de parques y jardines se limita a decorar los espacios que quedan libres después de haberse mercantilizado el pastel inmobiliario. Y después llega la delegación de obras y lo deja todo como los chorros del oro. Así es el método de trabajo político. Existe una Agenda 21, pero es tan voluminosa y molesta que le ocurre como al Quijote: todo el mundo lo tiene en su casa, todo el mundo sabe de qué va, pero (casi) nadie lo ha leido. En mi opinión, eso ocurre porque las prioridades del ordenamiento no se establecen en función de las necesidades de las personas, sino en función del valor del metro cuadrado urbano. Por tanto, encajar semejantes premisas con el respeto al entorno equivale a convertir el ecologismo en una mera marca, una coletilla vacía de contenido que lo mismo vale para un lema electoral que para un lema publicitario tipo «piensa en verde».
Dice el catedrático Figueroa que la plantación de árboles debe tenerse en cuenta a la hora de construir infraestructuras y en el diseño urbano, representando la esencia de actuar localmente y pensar globalmente. Una idea nada revolucionaria que enlaza con esta otra: ha llegado el momento en que dejemos de hablar de leyes del suelo y, a cambio, nos empeñemos en crear leyes de ciudad, donde lo importante no sea el número de viviendas o de redes viarias y donde la convivencia humana no esté supeditada a la especulación de los espacios edificables. El alquitranado de una parcela es un desahogo para quienes buscan un lugar para aparcar, pero es también la demostración de un fracaso. Y lo mismo se puede deducir del aparcamiento de la plaza de abastos: si el tráfico colapsa la calle Canónigo y los accesos están a reventar porque todo el mundo quiere meterse en ese embudo imposible de desahogar, la solución es cobrar la primera hora de estancia en el parking.
«Cuando me dijeron que tenía que que pagar 3.500 libras al mes por los medicamentos, pensé ¿de dónde voy a sacar el dinero? Soy famoso en este negocio por no haber ganado nunca ni un centavo con mis proyectos. Solía decir que hay gente que hace dinero y hay gente que hace historia, lo que es muy divertido hasta que no puedes costearte el tratamiento para mantenerte vivo. Nunca contraté un seguro médico privado porque soy socialista. Ahora me encuentro con que la seguridad social británica te quita los michelines o te paga la cirugía estética pero no los medicamentos que yo necesito para seguir vivo. Es un escándalo».
Tony Wilson, fundador de Factory Records y de la sala The Hacienda, el hombre que lanzó a Joy Division, New Order o Happy Mondays. Falleció el pasado 10 de agosto, a los 57 años, víctima de un cáncer de riñón. Sus amigos pagaron la medicación, pero no fue suficiente.
En su memoria pongo hoy aquí Atmosphere, la canción más importante de la historia del pop (para mí, claro).