Me despierto de madrugada y escribo: «Lorena, 46 años, asesinada por su marido, se salvó en 2018 de otro crimen por estar en un centro de protección; la expareja de entonces sí mató a su padre, Casimiro». Mi vecina tampoco puede dormir; su colchón hace más ruido que el mío y de vez en cuando habla como si dejara un mensaje de audio en el móvil. Hace algún tiempo leí que la historia de la Humanidad es la de la noche segmentada, que el sueño de un tirón es flor de los últimos dos siglos, y que al encender una luz (la lamparita de toda la vida -quien la tenga- o la pantalla del smartphone, por ejemplo) tomamos sin darnos cuenta una droga que afecta a nuestro sueño, porque varía la tasa de melatonina en el cerebro y la temperatura corporal.
Algunos coches empiezan a atravesar la plaza a partir de las 5, pero los ojos proletarios del Arenal se abren cuando chirrían las persianas metálicas del bar El Niño y pitan las puertas del primer tren de cercanías en la estación; entre ambos sonidos hay un intervalo de 13 minutos, a partir de las 6 en punto. Entre el número de habitantes de España y el de turistas que han visitado nuestro país hasta julio pasado hay un intervalo de 5,6 millones; cuando los forasteros vuelven a trabajar a sus países, nuestros compatriotas vuelven a echar los papeles del paro. Algo distinto habrá que hacer con eso que denominamos el modelo productivo.
(En mi pueblo, el debate más doméstico se centra en el adiós al sabor auténtico de la confitería San Rafael, que solo mantiene el nombre y se muda adonde el Banco Santander de la calle Fernán Caballero).
La mejor forma de combatir el sopor de la siesta es caminar junto a la huérfana Liu hasta encontrar en el desierto el trozo de película donde ver a la hija del fugitivo.
Amazon vence a Springsteen, que cantaba «Piezas de recambio y corazones rotos mantienen el mundo girando». No encuentro cordones grises en ninguna mercería de la ciudad y no hay repuesto para el motor de mi ventilador S&P. Confiemos en el desamor: es el único capaz de vencer a la obsolescencia programada, el único punto limpio del ser humano inasequible al aliento en vacaciones y fines de semana.