Dicen que la lengua portuguesa es la segunda más hermosa para cantar. En esa terna, la voz de Filipa Pais es primeira desde que escuché L’Amar, y solo yo sé por qué. Con ella reparo mis viejos zapatos (es un decir) y salgo a visitar establecimientos cerrados por vacaciones. Tengo un ventilador perezoso y el embrague del coche suena como un pedal de bombo. Bastan unos minutos de tragedia delante del canal 24 horas para un keepcalm: el discreto encanto de la burguesía puede esperar al 20 de agosto, y más allá.
Aprovecho la desconexión (casi) total para escuchar programas de radio atrasados. En El ojo crítico conozco al hermano de James Joyce y me entero de que Suzanne Valadon fue la primera mujer (conocida) que pintó un desnudo masculino (el de su marido); fue hace apenas un siglo y tuvo que ponerle un taparrabos a la obra para evitar la censura. Solo en El viaje a la felicidad de mamá Küster hay una versión americana con final edulcorado para la historia de la mujer.
Lo de Puigdemont da para otra dimensión de la realidad que supera a la ficción, Houdini mediante. No es creíble, salvo que lo sea la jirafa de La gran belleza. Menos mal que Cuca le va a la zaga con esos discursos hiperventilados que parecen escritos por el redactor de las efemérides franquistas de la Enciclopedia Álvarez de Segundo Grado (o su médium). Enric Juliana ya tiene plancha para publicar España, el pacto y la furia II en 2044, y yo tengo mi cita del día (gracias a que me he tragado casi entero el debate de investidura). Alguien citó a Sandro Pertini.
«Todas las ideas son respetables.
El fascismo, no.
No es una idea.
Es la muerte de todas las ideas.»