Los niños son como […aquí una broma políticamente incorrecta…]: cada descubrimiento es una traca. Ayer, mi pequeño Marcelo me ayudó a tender la ropa y me preguntó si sabía que «hay un país muy grande muy grande que se llama Estados Unidos». Era la primera vez que mencionaba conscientemente al imperio (cosas de un capítulo de Doraemon) y, también, la primera que tendía unos calcetines con unas pinzas; en ambos casos, su emoción ante nuestra rutina.
El ser humano tiene la cualidad de sacar de quicio y emocionarse por lo más nimio; tal vez dejamos de ser niños cuando se nos olvida conservar la segunda y llevamos al extremo de la estupidez intelectual esa máxima de no perdonar ni una. No pongo ejemplos [políticamente incorrectos], pero sólo del día de ayer me salen noticias para tres o cuatro (debe ser por aquello de agosto), tan distintos y distantes como Peret y Tony Urbano.
Yo ayer, también con mi pequeño, llegué a la conclusión de que dejamos de ser niños cuando caminamos sin fijarnos en las baldosas del acerado y vamos por la vida sin seguir ningún patrón a este respecto: sólo piso las rojas, una roja una gris, etc 🙂
Pues yo debo ser niño aún, porque no concibo ir por la calle sin pisar las juntas de las baldosas ni cruzando un paso de cebra pisando sólo las franjas blancas, porque si no lo hago así, puedo caer a una dimensión desconocida y quedarme vagando por ella. Eso es así.