Salí a buscar el rayo verde

en el horizonte troquelado de Madrid tras una jornada compartiendo reencuentros, historias comunes y nuevos caminos por recorrer. Resultó que cuatro o cinco señoras mayores pasaron por la puerta de La Nave; una preguntó qué sería aquello, otra respondió que una cosa de política y una tercera que todos los políticos son unos chorizos (confirmación del coro al unísono). En el viaje de vuelta, chocolatinas, snacks y galletitas de máquina para cenar, más cabezadas que miradas a los móviles o los libros, cansancio del sábado noche y repaso a las noticias de la prensa digital: en Diario de Sevilla, las veintitrés primeras entradas dedicadas a la semana santa (es verdad que la lluvia) y las ocho siguientes al expresidente del Betis (es cierto que el morbo). On the road terminé Socialismo de medio planeta y es tras ese the end cuando las dos citas del comienzo se clavaron en el centro de la diana, especialmente la segunda.

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Un fenómeno celeste no es tan espectacular.

Toda civilización tiene

un envés de barbarie. Repasando citas pasadas, encuentro esto que el compañero Raúl de Montequinto me escribió en WhatsApp: «Una vez leí un cartel en el mayor ‘manicomio’ de Buenos Aires que decía… ‘Nosotros estamos aquí dentro para que los de fuera crean que están cuerdos’». Esa frase me traslada a un libro de Inger Christensen que me regalaron por mi cumpleaños, Eso, donde todos los pacientes de un centro psiquiátrico se ponen de acuerdo para decir que nieva y, al cabo de un rato, el personal sale al jardín a dar vueltas, corriendo y

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No hay por qué desconfiar si la locura ha decidido ya por ti.

Me acerco a Isaac Rosa,

al final me atrevo, le cuento que en IU Sevilla tenemos un club de fans (es un decir) con su nombre, otro de Belén Gopegui y un tercero de Sr. Chinarro. «Aquí hay una representación del tuyo, pero nadie se atreve a decírtelo». Me ha sonreído y respondido con aprecio a las tres referencias. Afirmo que me he muerto de vergüenza.

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Les yeux dans le soleil, dans le ciel inversé.

No sé si

el arte es imprescindible para que la gente reaccione contra el creciente espectro del fascismo, como dice Laetitia Sadier; o si la tecnología dinamita las estructuras de poder y eso hace de ella un poderoso agente liberador, como dice Laura Spiegel. No suenan mal, pero apuntan a spoiler de una esperanza intelectual. Se cumplieron ya seis años de aquella huelga general feminista en la que cinco-coma-tres millones de trabajadoras españolas se echaron a la calle y la más multitudinaria manifestación de la última década colapsó media Sevilla y muchas ciudades en todo el país. Algo hizo crack ese día, como el lejano ocho de marzo de mil novecientos diecisiete que encendió la mecha de la revolución soviética; pero no: tras el colapso sobrevino el temblor y el vértigo, se alejó el horizonte, nos engañaron con la primavera, no soy neutral y yo eso lo llevo mal fatal.

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The walls are falling down, cultures are communing.

Loneliness.

La cultura es la memoria de los pueblos. Recuerdo la pandemia de las aulas vacías y los patos atravesando la plaza del Arenal desierta, pero también por los libros que leí. Ana Karenina fue mi rutina de soledad en aquellas semanas de encierro en la vpo, el toque de queda y las ventanas de zoom. La soledad siempre acompañada, desde Moustaki hasta las nuevas soledades de Pet Shop Boys.

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Algo personal.

"Ya sabes lo que dice Paul Valéry de la cortesía" responde Karen Blixen a su tía en Memorias de una escritora. "La cortesía es la indiferencia organizada". Hoy he decidido agrandar el abismo abierto entre escribir aquí y hacerlo en las redes sociales. No sé cuánto me durará este barrunto, (como puede verse, minimalismo) ejecutado sin piedad; lo que pienso ahora es que la diversidad me empuja a hacer lo útil, decir lo valiente y contemplar lo bello.