No sé si

el arte es imprescindible para que la gente reaccione contra el creciente espectro del fascismo, como dice Laetitia Sadier; o si la tecnología dinamita las estructuras de poder y eso hace de ella un poderoso agente liberador, como dice Laura Spiegel. No suenan mal, pero apuntan a spoiler de una esperanza intelectual. Se cumplieron ya seis años de aquella huelga general feminista en la que cinco-coma-tres millones de trabajadoras españolas se echaron a la calle y la más multitudinaria manifestación de la última década colapsó media Sevilla y muchas ciudades en todo el país. Algo hizo crack ese día, como el lejano ocho de marzo de mil novecientos diecisiete que encendió la mecha de la revolución soviética; pero no: tras el colapso sobrevino el temblor y el vértigo, se alejó el horizonte, nos engañaron con la primavera, no soy neutral y yo eso lo llevo mal fatal.

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The walls are falling down, cultures are communing.

Aprovecho el fin de semana para leer, hacer algo de deporte, ver películas y escuchar on and on un par de discos nuevos (de la citada Laetitia Sadier, «Un antídoto contra el pop corporativo que nos obliga a ser alegres»; y la atómica Êcclabô de libertá). Dos chaparrones desde la ventana mientras recorro con mi hijo la vida del Lazarillo de Tormes, revisitando mi biografía analógica al tiempo de un viejo libro de bolsillo repleto de anotaciones a lápiz de aquel adolescente que fui en mil novecientos ochenta y uno.