Dicen que El hereje es una elegía sobre la tolerancia. Mirar el siglo XVI con ojos del siglo XX te obliga a imaginarte en el pellejo de aquel Cipriano que se jugó la vida por defender sus ideas, que vivió las contradicciones del amor entre la pasión y las convenciones de la época, que conoció la pobreza en primer grado y desde su posición de hidalgo burgués. Te obliga a comparar aquella Inquisición que, bajo ciertos puntos de vista, sigue aleteando sus santos oficios hacia el presente simple. Incluso, en pleno tiempo de las redes sociales, te obliga a actualizar la idea de Lutero como «hijo de la imprenta (…), primer hereje que disponía de un medio de comunicación tan eficaz, tan poderoso, tan rápido».
Te obliga, en definitiva, a echarle una pensada a un pasado tan de actualidad en un país donde la “la adicción a la lectura ha llegado a ser tan sospechosa que el analfabetismo se hace deseable y honroso”.