La cultura es la memoria de los pueblos. Recuerdo la pandemia de las aulas vacías y los patos atravesando la plaza del Arenal desierta, pero también por los libros que leí. Ana Karenina fue mi rutina de soledad en aquellas semanas de encierro en la vpo, el toque de queda y las ventanas de zoom. La soledad siempre acompañada, desde Moustaki hasta las nuevas soledades de Pet Shop Boys.
Estrenamos febrero frente al instituto de mi hijo, símbolo local del deterioro multidisciplinar de la educación pública: las infraestructuras agonizan, el personal escasea y la censura castiga o rebela. Son tiempos de jugársela, de los mensajes de whatsapp a última hora, de recibir la visita del inspector, del destierro interior. Mientras nos concentramos en la puerta, se inunda uno de los servicios del centro, y las trabajadoras precarias, las sinsombrero del nuevo proletariado, salen a protestar a costa de perder su descanso para el bocadillo.