El Gobierno al completo dimitirá el próximo lunes y la presidencia convocará elecciones. No es que sea una sorpresa: es la consecuencia lógica de este llamado “septiembre negro”, de las últimas informaciones aparecidas en las portadas de los medios y de las recientes movilizaciones diarias en ciudades de toda España, las más multitudinarias que se recuerdan desde hace décadas.
Cualquiera lo diría. Hay que ver cómo ha cambiado todo desde el pasado 31 de agosto, el día que más empleo se destruyó en la historia de nuestro país. Nadie, ni siquiera los expertos del CNI, sabe aún como contactaron entre sí las más de 300.000 personas que perdieron su empleo en esa jornada, cada cual de un lugar distinto, y como fue posible que se pusieran todas de acuerdo para plantarse entre las 10 y las 12 de la noche del 1 de septiembre, apenas 24 horas después de quedarse en la calle, ante las puertas del Ministerio de Trabajo en Madrid y colapsar la ciudad en plena operación retorno.
¿Recuerdas? Inmediatamente después de aquello dimitieron el ministro de Trabajo y el de Interior, este último por la incapacidad de los servicios secretos, que no percibieron el más mínimo rastro de lo que se estaba montando, y por la pésima gestión policial de la concentración, con la mitad de efectivos aún de vacaciones y la otra mitad cubriendo el partido de la liga de fútbol entre el Real Madrid y el Leganés.
No fue flor de un día, más hubieran querido algunos. El septiembre negro continuó con más dimisiones, provocadas por otras nuevas movilizaciones de otros colectivos que fueron (igual e) incomprensiblemente masivas: un millón de pensionistas colapsando la capital del reino en cada lunes al sol, huelgas espontáneas del cien por cien de trabajadores/as en centros de salud, escuelas, hospitales y supermercados, hoteles… en toda la geografía, todas ellas apoyadas por pacientes, AMPAS, clientes y usuarios/as…
Por primera vez en décadas, cada aspecto verdaderamente importante para la vida cotidiana de las personas ha sido lo suficientemente importante para pelearlo fuera de casa.
Por primera vez en décadas, cada aspecto verdaderamente importante para la vida cotidiana de las personas ha sido lo suficientemente importante para ocupar las portadas de los diarios, muchos de los cuales escandalizados, sorprendidos, de que nadie advirtiese nada, de que nadie encontrase una mano invisible que provocase estos fenómenos, un Anonimous, un Spanish Revolution u otro engendro físico o cibernético al que agarrarse, con el que justificar y justificarse.
Evidentemente, hay varias líneas de investigación abiertas: desde Rusia hasta el Isis, todas descartadas. En alguna tertulia se insinuó estudiar la similitud de lo que está pasando con la novela Ensayo sobre la lucidez, de Saramago. En Ok Diario se culpa de todo al chavismo de Venezuela. En Radio María rezan. En Cuarto Milenio hablan de una conjura intergaláctica. Pero lo cierto es que «Se acabaron los entretenimientos ciudadanos con los plagios, los lacitos amarillos o los alquileres del astronauta: la gente se echa a la calle hoy porque está harta de crímenes machistas, y ayer fue por las pensiones de miseria, y anteayer contra un desahucio, y así un nuevo tiempo ciudadano reclama su atención» como bien ha afirmado el primer editorial de la nueva etapa en El Correo de Andalucía, reabierto tras otra manifestación masiva no convocada por nadie (ni siquiera por WhatsApp, según fuentes oficiales), que recordó a la que recorrió las calles de Sevilla el 2 de agosto de 1995, aquella en la que más de 30.000 sevillistas se manifestaron desde el Sánchez-Pizjuán hasta la Plaza Nueva; solo que en esta ocasión se ha tratado de varias generaciones de lectores/as del decano de la prensa sevillana y el recorrido, no comunicado a ningún organismo oficial, ha provocado atascos kilométricos hasta el Aljarafe, Dos Hermanas y hasta a Carmona, habida cuenta de que el final del recorrido de la manifestación fue el Edificio Morera y Vallejo.
Según algunos cálculos, más de 60 millones de personas es la suma redonda de manifestantes a lo largo del mes. Haciendo una media a fecha de hoy, por tanto, se puede afirmar que no ha habido un/a solo/a compatriota que no haya pisado el asfalto en modo reivindicativo. Y si son ciertas las cifras no oficiales que apuntan determinados diarios, no precisamente partidarios de revoluciones, hasta en más de una. Tú y yo mismo hemos estado en varias, compensando a quienes no han ido a ninguna: ya sabemos el perfil del ausente en estos casos.
Conclusión: que la caída y sustitución de titulares en los ministerios ha seguido sin parar, en los mismos y en otros distintos, no ya por un quítame de ahí esas pajas, sino por la presión ciudadana, cansada de asistir a sálvames y culebrones y en alerta permanente ante cualquier recorte, injusticia o privatización, ante cualquier discriminación, maltrato, desigualdad.
«Los que me quedan no quieren seguir y ya nadie se postula, nadie quiere jugar al juego de las sillas, no hay candidatura para ningún banco azul. Así no se puede ser presidente del gobierno», se quejó ayer el ídem, amargamente, y lo hizo ante todas las cámaras, sin plasmas ni diferidos, sin necesidad de un comisario que ponga la grabadora debajo de la mesa.
Lo más curioso de todo esto es que, aunque por arriba están acojonados y los banqueros, manejadores de hilos y amos del sistema temen un caos irreparable y, lo peor, una revolución contagiosa a otros países (y quién sabe si mundial, según Marhuenda), las gentes de abajo, la conocida históricamente (y ahora reencontrada) como clase trabajadora, no tienen esa misma sensación, ni ha generado caos ninguno en ninguna de las protestas, todas escrupulosamente pacíficas, sin más heridos que algún mamporro de policía provocador, o filtrado entre la marabunta, que nunca ha tenido respuesta (algo que, por cierto, todavía ha generado más inquietudes entre los dirigentes políticos y directivos empresariales).
El lunes se convocará elecciones, pues. En el telediario de las 3, no sé si lo has visto, algún investigador de los servicios de inteligencia que aún no ha dimitido, ha afirmado que por las mensajerías instantáneas de los teléfonos móviles está circulando un aforismo, “Raíces y alas, pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen”, que están investigando por su posible relación con todo esto. Que yo sepa, sin ser un experto, ese aforismo de Juan Ramón Jiménez alude a su vida personal, de recién casado, así que no veo el encaje. A no ser que…