Se notaba el apacible domingo de septiembre en la plaza que no acaba de despertar, la poca gente que entra en la estación y los bares cerrados, apenas un coche cada rato y hasta el autobús urbano es más silencioso que de costumbre. En casa sonaban Chris Isaak y medios tiempos de country, el ventilador guardado en el armario y el teclado de la tablet ha decidido que esta vez sí funciona. Todo bien hasta que abro Twitter y…
Primero, el embajador israelí, que desde su apacible despacho en la Calle Velázquez de Madrid, traje y corbata a juego con el azul de la bandera, nos critica por defender a Ahed Tamimi, que a sus 17 años acumula cuatro familiares asesinados por militares y francotiradores, más de 300 asaltos a su vivienda y ocho meses de cárcel por abofetear a un soldado que acababa de disparar en la cabeza a su primo. Pero no: ella es «defensora de la violencia y el terror» y nuestro querido embajador, defensor de la democracia hebrea, va y se cabrea, y en represalia amenaza con que «hoy no voy a ver al Bernabeu».
Y luego está José Manuel Soto, nuevo embajador de Tabarnia, en una crónica de Diario de Sevilla, el periódico que este año ha otorgado a Inés Arrimadas el Premio Joly (fundador del Diario de Cádiz, «Supo ver que un periódico independiente de la prensa de partidos -sic- tendría el favor del público»). Lo que le faltaba a la caspa del Valle del Guadalquivir era este embajador de ultratumba del Valle de los Caídos.
Deberíais darle una columna. Está al nivel de vuestro periódico y parece que os ha dado por él. Metedlo en nómina.
— Josey Wales (@UnMalPaso) September 30, 2018
No sabría adivinar cuál de los dos tuits sobre embajadores me resulta más bochornoso. Al menos el segundo se referencia en un pasado hediondo y hoy sólo produce dentera. Por fortuna, cada noche salgo a tirar la basura orgánica.