Hay muchas ocasiones en que no sabes explicar lo que piensas. A veces hay otros que sí saben hacerlo por ti. Este es un ejemplo:
«Lo más natural del mundo, en estos tiempos en que a ciegas vamos tropezando, es que nos topemos al volver la esquina más próxima con hombres y mujeres en la madurez de la existencia y de la prosperidad que, habiendo sido a los dieciocho años, no sólo las risueñas primaveras de costumbre, sino también, y tal vez sobre todo, briosos revolucionarios decididos a arrasar el sistema del país y poner en su lugar el paraíso, por fin, de la fraternidad, se encuentran ahora, con firmeza por lo menos idéntica, apoltronados en convicciones y prácticas que, después de haber pasado, para calentar y flexibilizar los músculos, por alguna de las muchas versiones del conservadurismo moderado, acaban desembocando en el más desbocado y reaccionario egoísmo. Con palabras no tan ceremoniosas, estos hombres y estas mujeres, delante del espejo de su vida, escupen todos los días en la cara del que fueron el gargajo de lo que son.» (José Saramago, Ensayo sobre la lucidez).
Cuántas veces he querido decir esto de algunas personas que conozco. No hace falta dar nombres, todos tenemos ejemplos de gente así.
¿Qué te parece la siembra de pinos que se hace desde el Ateneo?