Ideas en ‘Comuntopía’, de César Rendueles (y fin).

Ideas en ‘Comuntopía’, de César Rendueles (y fin).

(Según) «Jon Elster (1989), el egoísmo individualista es más simple que el altruismo: el altruismo puede ser entendido como una forma de preferencia personal pero no a la inversa» (pág. 45).

«Ostrom reconstruye el modo en que la propiedad colectiva deja de ser «la propiedad de nadie» y pasa a ser «de cada uno» a través de procesos políticos. No a causa de alguna teoría del buen salvaje o de la bondad humana innata sino por medio de procedimientos de racionalidad deliberativa basados en la comunicación sofisticada» (pág. 49).

«Como el propio Durkheim señaló en sus últimas obras (1912), sabemos que la cohesión social surge a través de la participación en proyectos compartidos mucho más que a través de la transmisión de valores abstractos, Por eso, la seguridad económica y la igualdad -o, en otras palabras, la contención de la competencia- incrementan la solidaridad y aumentan la probabilidad de la participación ciudadana. Las investigaciones cuantitativas a gran escala muestran una estrecha relación entre la desigualdad material y la desconfianza social, entre otras actitudes antisociales (Wilkinson y Picket, 2009). En las sociedades más desiguales la gente se siente mucho menos proclive a pedir u ofrecer ayuda a los demás. Como explica Goran Therborn (2014: 35), «el nivel de creencia en que es posible confiar en casi todo el mundo difiere mucho a escala internacional en función de los diferentes niveles de desigualdad de renta existentes en distintos paises. En Escandinavia, dos tercios de la población piensa que «Se puede confiar en la mayoría de la gente» en Brasil, el 3%». La solidez de los vínculos sociales guarda relación con otras dinámicas materiales que varían mucho de una sociedad a otra, como la disposición del espacio urbano. El sociólogo Eric Klinenberg (2018) denomina «infraestructura social» a un tipo de entorno construido que favorece la interacción y la formación de vínculos sólidos: bibliotecas, escuelas infantiles, iglesias, parques, espacios deportivos… » (pág. 60).

«El pasado oculto de la sociedad de mercado es la expropiación salvaje de la propiedad comunal» (pág. 73).

«A menudo se ha señalado que desde los años setenta del siglo pasado hemos vivido una segunda ronda de acumulación originaria, un proceso que, con mayor precisión, David Harvey (2004) denominó y que se impuso en cooperación con el Estado. Consistió, por un lado, en una vampirización de los servicios públicos por parte del sector privado y, por otro lado, en una extensión de la mercantilización a nuevos espacios sociales que hubiera sido imposible sin la intervención pública. Como ha explicado Quinn Slobodian (2021), el proyecto neoliberal nació a mediados del siglo xx, al menos en parte, como una crítica de la soberanía nacional» (pág. 113).

«Los neoliberales propusieron una alternativa a esa nueva forma de Estado con una soberanía económica incrementada: una fuente de autoridad económica supranacional capaz de desempeñar el mismo papel económico que los imperios decimonónicos sin sus connotaciones políticas regresivas. Crefan que era nesario una institucionalidad internacional dotada de poder efectivo para blindar la economía mundial frente a las politicas redistributivas emergentes que, desde su punto de vista, conducían al totalitarismo. Y, de hecho, diseñaron un plan inteligente y sofisticado para crear esa autoridad supraestatal a través de normas internacionales -la legislación económica internacional experimentó un incremento brutal a partir de la década de los setenta- que los tribunales nacionales se encargarian de aplicar en cada país. Más adelante, en los años ochenta, los neoliberales complementaron ese proyecto constitucionalista encubierto con una serie de estrategias comunicativas muy exitosas que caracterizaron los servicios públicos como lentos, autoritarios y poco atractivos al tiempo que retrataban el sector financiero o la industria tecnológica como actividades dinámicas, jóvenes y flexibles. En realidad, al igual que ocurría con Garett Hardin, los neoliberales nunca han estado interesados en la destrucción del Estado en general sino de un modelo de Estado muy peculiar: el llamado «Estado del Bienestar» en cuya arquitectura, en efecto, era central la soberanía económica, la capacidad del gobierno para mediar en los conflictos de clase, un amplio abanico de empresas publicas robustas y las políticas redistributivas alimentadas por estructuras fiscales ambiciosas y progresivas» (pág. 114).

«Aproximadamente en torno a 1980 (…) se produjo el que probablemente sea el acontecimiento más importante de la historia de nuestra especie: la humanidad en su conjunto empezó a consumir recursos por encima de su posibilidad de renovación. De este modo culminó la brecha metabólica (Foster, 2000), el proceso de desacoplamiento entre el metabolismo social humano y nuestro entorno ecológico que se inició con la Revolución industrial. Desde entonces, cada año se conmemora el día del overshoot, el momento en el que la humanidad consume todos los recursos que el planeta puede generar en un año. En 2022 ese día fue el 28 de julio. En la actualidad, la humanidad en su conjunto está consumiendo una cantidad de recursos naturales equivalente a unos 1,7 planetas» (pág. 145).

«Si los perros domésticos de Estados Unidos se independizaran y formaran un país cuya renta per cápita fuera el gasto medio de los hogares estadounidenses en sus mascotas, Dogland [Perrolandia] estaría entre los países de ingresos medios, por encima de Egipto o Paraguay y mejor situados que el 40% de la población mundial (Korzeniewicz Moran, 2009)» (pág. 151-152).

«Algo crucial para los proyectos políticos comprometidos con una salida emancipadora a la crisis ecológica: nuevas formas de vida buena que impliquen una ganancia en bienestar, tiempo y seguridad compatibles con un descenso en el consumo de bienes y servicios de alto impacto medioambiental» (pág. 158).

«El negacionismo climatico está muy extendido en Estados Unidos pero no en otros lugares del mundo. En muchos paises, la mayor parte de la población es bien consciente de los problemas medioambientales. Según Eurostat, más de nueve de cada diez europeos (el 93%) cree que el cambio climático es un problema importante, incluido un 78% que dice que es un problema muy importante y un 15% que piensa que es un problema bastante , importante. Estos resultados son estables desde 2017» (pág. 164).

«En 2006 la organización World Wildlife Fund publicó un informe sobre el deterioro ecológico global que tuvo muchísimo impacto entre el ecologismo político internacional. El documento relacionaba dos indicadores bien conocidos, la huella ecológica y el índice de desarrollo humano, para tratar de identificar aquellos países en los que la sostenibilidad no era un subproducto involuntario del subdesarrollo y la pobreza sino un horizonte político realista y deseable. El resultado era fascinante. Solo había un país en el mundo que combinara una huella ecológica inferior a 1,8 -el máximo considerado compatible con la sostenibilidad- y un alto índice de desarrollo humano según los estándares de Naciones Unidas: Cuba» (pág. 172).

«En los años noventa del siglo pasado, Cuba habría realizado una reconversión agroecológica a gran escala gracias a la cual el país habría sido capaz de autoabastecerse sin insumos químicos ni petrolíferos. Sería la demostración palpable de que una economía moderna puede alimentar a su población a través de la agricultura orgánica. Pero es que, además, la sociedad cubana habría realizado avances sustanciales también en transporte o medicina verdes. Lo curioso es que esa reivindicación tan optimista de la experiencia cubana se ha desarrollado desde posiciones políticas opuestas. Los partidarios del socialismo real tradicional consideran que se trata de una prueba de las virtudes de la centralización y la intervención del Estado, que logró promover una adaptación rapidísima limitando la conflictividad social. Por su parte, los defensores de los comunes han subrayado el modo en que el periodo especial reactivó la agricultura tradicional, la autogestión popular y los procesos participativos en respuesta a los fallos de la planificación burocrática y la agroindustria» (pág. 173-4).

«En buena medida, fueron los campesinos autónomos quienes proporcionaron los conocimientos técnicos tradicionales necesarios para el tratamiento de suelos y el control de plagas, el uso de semillas autóctonas o la recuperación de la tracción animal. Pero la cooperativización no fue la única intervención agraria relevante desde la perspectiva de los comunes. El periodo especial fue un momento de desarrollo inmenso de la agricultura urbana en respuesta a la escasez de transporte para llevar comida del campo a la ciudad. Hacia el 2000 casi el 100% de los vegetales de la dieta cubana se cultivaban en los términos municipales y numerosas instituciones internacionales, incluido el Banco Mundial, reconocieron el éxito de los programas cubanos de agricultura urbana. En el año 2000 Cuba tuvo un año récord de producción de comida con una reducción de fertilizantes del 80%. Cuba seguía importando muchos alimentos, por supuesto, pero demostró al mundo que se puede producir una gran cantidad de comida con muchos menos insumos de los que emplea la agroindustria» (pág. 175).

«El hecho de que Cuba fuera prácticamente el único país de América Latina con una institucionalidad publica fuerte resultó determinante en su capacidad de adaptación» (pág. 176).

«En los años noventa el gobierno compró un millón de bicicletas chinas -para una población de diez millones de personas- que se convirtieron en parte del paisaje social del periodo especial» (pág. 177).

«Las sociedades con mayores diferencias de ingresos tienen peor salud, menor esperanza de vida y mayores índices de mortalidad infantil, enfermedad mental, obesidad y consumo de drogas ilegales. En las sociedades más desiguales hay más violencia, más gente en la cárcel, menos asociacionismo, más fracaso escolar, más embarazos adolescentes y mucha menos movilidad social, entre otros problemas y conflictos. A partir de estos descubrimientos, algunos autores, como Jason Hickel, han defendido una propuesta ecologista de desacoplamiento entre crecimiento económico y bienestar mediada por políticas comunales postcapitalistas: Técnicamente, podríamos alcanzar todos nuestros objetivos sociales para toda la población mundial, con un PIB inferior al que tenemos en la actualidad, simplemente organizando la producción en torno al bienestar humano, invirtiendo en bienes públicos y repartiendo los ingresos y las oportunidades de forma más justa (Hickel, 2022)» (pág. 181).

«El contraejemplo sería Estados Unidos, casi una ecodistopía individualista sumida en un bucle de retroalimentación negativa: una huella ecológica descomunal, unos niveles enormes de desigualdad, unos indicadores de felicidad directamente vinculados al consumo, un ocio ecológicamente depredador y unos servicios públicos degradados» (pág. 182).