Casi nadie escuchó los dos elepés que le publicaron al británico Bill Fay a principios de la década de los 70 del siglo pasado, así que la compañía discográfica prescindió de él. La suerte que no tuvo en su juventud llegó de manera inesperada cuatro décadas más tarde, cuando el cantante de Wilco recuperó sus canciones del olvido musical y lo subió al escenario (no sin esfuerzo).
En este siglo XXI se publicó su (sic) nunca publicado Tomorrow, Tomorrow, Tomorrow (1978) y, entre 2012 y 2020, el ya jubilado Bill Fay grabó tres discos más y rescató para nuestros oídos muchas maquetas inéditas de temas que solo había interpretado en su casa del norte de Londres, al llegar del trabajo (fue obrero en muchos tajos: jardinero, recolector de fruta, operario de fábrica y pescadero). Entre las maravillosas Garden Song y Never Ending Happening transcurrieron ¡42 años!
Bill Fay falleció pacíficamente hace unos días, con 81 años. El consumismo cultural es caprichoso; me pregunto qué habría sucedido si los dados le hubieran sido propicios antes de hablar de él como «leyenda tardía» o «de culto del folk británico». En su última entrevista (para The Guardian) recordó aquellos tiempos: «Hay imágenes que te impactan y se quedan contigo. Hiroshima; gente negra colgando de un árbol. La muchacha con la espalda ardiendo en Vietnam. Concienciarme de eso de joven, y de la generación a la que pertenecía, me impactó». No tuvo el recorrido largo de Leonard Cohen, ni el corto/medio de Nick Drake, pero disfrutó musicalmente de un final feliz. Nos ha dejado una buena colección de melodías sencillas, bonitas y agradecidas, dedicadas a la naturaleza («Me estoy plantando en el jardin / Créeme / Entre las patatas y el perejil / Créeme / Y esperaré a que la lluvia me unja») y a las pequeñas experiencias de lo cotidiano: «El interminable suceso / De lo que va a ser y lo que ha sido / Sólo ser parte de ello es asombroso para mí».