que, como Antonio Luque, observamos con cariño las viejas fotos de la primera comunión, pero decidimos que nuestros hijos crecerían moritos. Las mías (mis fotos), una en color de Estudio Alba y otra cutre en blanco y negro rotísimos, con tres amigos del alma, en medio del albero donde se cortaban las avenidas Reyes Católicos y Los Pirralos, entonces Cardenal Cisneros. Gracias a los abuelos comunistas, el asfaltado, las aceras y el agua potable llegaron años más tarde a esos barrios humildes de Dos Hermanas. Hoy sería un troleo peatonal marcarse un selfie en ese mismo cruce.
Nuestros primos heredaban la ropa que ya no usábamos y ahora las heredamos de nuestros sobrinos, que a la vez parecemos más jóvenes y nos sobra el gesto emoticono cuando en Hoy empieza todo cuentan lo de la OTAN en España y acaban con Krahe cantando Hombre blanco hablar con lengua de serpiente. Luego escucho «El amor no se pide, se da» y algunas pequeñas cosas mal dispuestas empiezan a tener sentido.
He aprendido a escribir notas mentales: «Soy un palo, pero no te soltaré hasta que Moreno Bonilla pierda las elecciones». Poca broma eso de escribir² tanto y no saber qué decir cuando toca hablar. Escribir³ muy de noche es como escuchar música con auriculares. Voy cambiando de pantalla en modo diagrama de Venn, dibujo intersecciones mentales con el final de una reunión sobre la A-407 a su paso por Fuentes de Andalucía y el remate de una conversación con mi hijo sobre el humanismo en el Renacimiento. Enmedio se queda, sic, Ana en El Puerto paseando por la playa. Como Pauline.