Tarde lluviosa, un nuevo atasco me deja varado en lo alto del puente que va hasta el Arenal, han pasado dos trenes y la gente hace cola con resignación. Dentro del coche está sonando El hombre que casi conoció a Michi Panero, una agridulce canción de Nacho Vegas (me pregunto cuántas personas lo habrán confundido con un ex de Nacha Pop) que casi me sé de memoria, como El Ángel Simón, la primera que oí de este cantautor asturiano, mezcla de Dylan y del primer Bowie y de cualquier clochard que te encuentres por la calle.
Porque la música de Nacho Vegas suele tener la tristeza cómica de los payasos en blanco y negro. Sus letras hablan de los temas recurrentes del rock: prostitutas y femmes fatales, drogas, perdedores… como Sabina, pero si ser Sabina en absoluto. Sus canciones en solitario o con Nosotrash o con el histriónico Bunbury, sus versiones de los más grandes del pop y del rock y sus relatos microscópicos, publicados recientemente en el libro «Política de hechos consumados», lo convierten en la gran esperanza blanca de la canción de autor en nuestro país, donde ya llevamos demasiados años cantando las mismas melodías de los mismos cantantes de hace 30 años o, aún peor, de sus imitadores.
Tarde lluviosa y Nacho Vegas canta «tracé un ambicioso plan / consistía en sobrevivir». Miro la fila de coches y me armo de paciencia y pienso que estar parado en lo alto del puente es lo más parecido a estar en el limbo de esta ciudad. Y me doy cuenta de que si el limbo existiera, este chico delgado y de pelo largo -que, además, graba en una compañía discográfica que se llama Limbo Starr- sería uno de sus habitantes.