Es wird wieder gut.

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Mi móvil me planta la estadística en pleno desayuno: 3 horas y 36 minutos diarios de uso de la pantalla; eso equivale a robar semanalmente un día completo de presente distópico vía Telegram, WhatsApp o Chrome, sin contar el manejo de otros dispositivos, como la tablet o el ordenador. A saber las dioptrías derramadas desde aquel primer smartphone HTC que usaba hace tres lustros, si bien compensadas (al menos para quienes suspendemos en orientación), con los kilómetros ahorrados gracias al navegador que, por ejemplo hoy, me ha llevado a un punto muy concreto de Gelves, sabiendo a qué hora salir, el estado del tráfico, la mejor ruta y la hora casi exacta de llegada (siempre puede haber un error, siempre te puedes equivocar).

El día después de Bernard.

Balance de daños del temporal al salir de casa: aparentemente sólo las aceras convertidas en selvas. En la radio suena ‘Nos siguen pegando abajo’, de Charly García, para celebrar que ha perdido las elecciones en Argentina un loco que quiere privatizar las calles y la justicia y que pone a sus perros nombres de economistas ultraliberales.

11S después del rompeolas.

50 años ya desde que «para matar al hombre que era un pueblo / tuvieron que quedarse sin el pueblo». En la víspera escuché Santiago de Chile, original de Silvio Rodríguez, en la versión que hizo Miguel Ríos. Hacía mucho que no volvía a ella; cada 11S me suele llegar con los versos «La muerte no acaba nada» y «Los mismos en Chile que en España» que escribiera Alberti y cantaba Víctor Manuel. La oscuridad de este día es aún mayor por el terremoto en Marruecos (y su rey miserable) y el terrible accidente, tan cercano, en la avenida José Luis Prats de mi pueblo. Menos mal que nos queda el amor en los tiempos del cólera, brindar con vino del Condado por las treinta horas de rompeolas en Mazagón.

Primera sesión.

Mañana con los sentidos en orquesta parabólica: veo on line las votaciones en el Congreso (donde, como escribe Gerardo Tecé, «el parlamentarismo ha asesinado al relato mediático»), apuro y separo a ratos el estudio de mis cosas estivales (reciclaje, vaya), escucho música gratificante (tanto que pienso, aun consciente del desborde intelectual: «¿Cómo he podido vivir sin este disco desde 1981?») y, en modo residual, hasta escribo. En la pantalla aparece, de vez en cuando, nuestra mujer de rojo (Engracia Rivera) sentada al lado de la (nuestra flamante) vicepresidenta tercera, Esther Gil.

Escuela de calor.

No te vas de vacaciones porque practicas staycation y, seguramente, consideras el verano como una prolongación supercool del nesting. Tú, y esos amigos tuyos con los que, sujétame el cubata, una noche loca de freeganismo decidísteis apuntaros al coliving y abrazar la sharing economy. Pero a mí no me engañas: lo tuyo es postureo, pura pose trendy; demasiado viejo para ir de treinteenager por la vida. Deberían quitarte la paguita.