Primera sesión.

Mañana con los sentidos en orquesta parabólica: veo on line las votaciones en el Congreso (donde, como escribe Gerardo Tecé, «el parlamentarismo ha asesinado al relato mediático»), apuro y separo a ratos el estudio de mis cosas estivales (reciclaje, vaya), escucho música gratificante (tanto que pienso, aun consciente del desborde intelectual: «¿Cómo he podido vivir sin este disco desde 1981?») y, en modo residual, hasta escribo. En la pantalla aparece, de vez en cuando, nuestra mujer de rojo (Engracia Rivera) sentada al lado de la (nuestra flamante) vicepresidenta tercera, Esther Gil.

Y en Instagram, una foto preciosa de Francisco Sierra (a quien dejo un comentario, que hoy precisamente cumple 54 años). Precisamente, en esta misma red social, una publicación sugerida me deja patidifuso (no por ignorancia: las intuiciones son más crudas cuando las ves confirmadas por escrito):

«Si en España solo votaran los hombres, la derecha hubiera sacado mayoría absoluta. Si solo votaran las mujeres, Sánchez y Díaz gobernarían con comodida (…). La soterrada guerra civil que se dio el 23-J no fe la de la España remota de hace 90 años, entre hermanos de izquierdas de derechas, sino la de la Europa actual, entre hermanos y hermanas. Para ser precisos, entre las muchas españolas y bastante españoles que sienten resentimiento hacia ese cambio».

Víctor Lapuente, columna en El país.