Vi una parte del debate: nadie explicó lo que se sometía a votación. Sin internet, la política y las discográficas estaban en manos de abogados; ahora lo están en manos de posteadores y tiktokeros, butroneo precocinado para colonizar X o unos segundos de postureo supuestamente random.
Por lo demás, poco se habla del debate entre la soberanía alimentaria VS «es el capitalismo, amigos»; o de cómo nuestro facherito andaluz pone la mano izquierda para exigir billetes contra la sequía y, sin despeinarse, siembra con la derecha los campos de golf y los macroproyectos urbanísticos para esos 35 millones de turistas que pretende embutir en apenas tres meses de verano. Escucho «desaladoras» y me acuerdo de Auserón («Ya no se embarcan los marineros / porque el mar está lleno de niños muertos»). Entre el video kill the radio star y el greenwashing surgen los monstruos (prohibido hablar del decrecimiento). La votación de ayer es como el relato autobiográfico de Fellini en Amarcord: su veracidad es lo de menos.