Que lo sepa Cary Grant

Compro El país los sábados sólo por su suplemento Babelia. El resto lo leo con la nariz tapada, igual que me pasa con los noticieros y tertulias de RNE, que me impongo escuchar por ser la radio pública. La historia de El país es la del PSOE desde Suresnes, y viceversa, igual que la historia de RNE es la del gobierno de turno, desde Franco.

Primer día de vacaciones: leer, disfrutar de la sombra (y las sombras), descansar, reciclar todo lo que quepa en la mochila. Después de El hereje de Delibes, permanezco en el siglo XVI con una extraordinaria biografía de Felipe II, o lo que es lo mismo, de nuestro país y de media Europa. Y mucha música, ahora con más detenimiento en las letras de las canciones, en los detalles: en Nacho Umbert, sus recuerdos familiares entreverados con la zurra a la dictadura, los viajes de su abuelo marinero a Cuba, Kubala y Di Stefano, las bombas de Mussolini y el dodge en el que voló Carrero Blanco, la preciosa dedicatoria a su madre, que nunca abandonó a Cary Grant.

El editorial de El país es implacable: “En cuanto al PSOE, reiteramos que sus diputados deberían abstenerse en la votación de investidura”. Al texto sólo le falta una expresión de remate, tipo “¡Coño!”, que imagino ya habrá soltado el académico Juan Luis Cebrián en el círculo y momento oportuno. Justo en la página siguiente, el filósofo Javier Gomá escribe: “Kant distinguió entre lo que tiene precio y lo que tiene dignidad.”

El sábado es también el día en que habitualmente visito a mi padre. Hoy me ha dicho que echa de menos tomarse un helado y una cerveza. A sus noventa años, cada vez que lo veo se me ocurren temas de sobra para una canción de Umbert. En mi caso, el de mi padre, que lo sepa Sofía Loren.

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