es igual a una castaña y/o los obstáculos son el camino; que, como dice Ismael Sánchez, el mérito es seguir vivo (versión punk de la maravillosa Lo raro es vivir de Martín Gaite). En la radio entrevistan a Jordi Sevilla. Sus reflexiones sobre la partitocracia son interesantes, aunque están contaminadas por el historial político del autor que las conduce. En la película del fin de semana pasado sonó Heaven Knows I’m Miserable Now, pero el joven nostálgico amanece con las lágrimas de Juliette Binoche al escuchar Electricity.
Losing my religion.
El chico de la parada del autobús lleva una bufanda del Betis y repite «Me cago en la leche». Ayer la llevaba del Sevilla. Compro pañuelos al hombre del semáforo, que me pregunta Where are you from; cuando le digo que soy del pueblo, me responde que parezco «de Francia». En el Gran Bazar de Estambul también me nacionalizaron galo, pero en París me pusieron cara de turco.
Francisco Sierra me reprocha -con cariño- que huyo de las fotos. Pero yo soy electricista, tornero, entamador, acaso fotógrafo-cronista-militante, que huye de las pancartas no por falsa modestia o postureo, sino por timidez. En el Día de Andalucía me verías detrás de una, pensando en mi tierra, luchando por ella, pero también en otras tierras, las que sufren y nos necesitan, Gaza y Sáhara en el corazón. También eché parte de la mani tras la pancarta de Sumar, discretamente, sin llegar a tocarla (la timidez again). Incluso me grabaron un vídeo (he comprobado que hablar con mucha gente gritando dispersa la concentración por encima de mis posibilidades).
Últimamente viajo más en metro, cuestiones de coyuntura. Levanto la mirada hacia el otro extremo del vagón y se me representa una manifestación en volandas donde la distancia social física se recompone con auriculares y móviles. Aplaudo con las pestañas el flow de una pasajera devorando las últimas páginas de El médico, y de un pasajero entregado a El conde de Montecristo abierto por la mitad; ambos en pie, haciendo equilibrismo entre la multitud.
Yo termino mi libro tocho a la vuelta de la coordinadora de Sumar. Repaso lo subrayado y encuentro la frase que da sentido fotográfico a mi (perdón por la cursilería) presente vital orgánico: «Una vez desmontado el Gran Relato moderno aparece la pregunta, ¿y ahora qué?». Celebro la nueva metáfora porque no es la primera, porque ya hubo un tiempo en que conseguí cruzar cosas condenadas a no cruzarse, como esas rectas paralelas que se cortan en el infinito. Por lo pronto, el haz de cruce se llama febrero y viajaré con Socialismo de medio planeta debajo del brazo.