Elefante o cornaca

Hago un repaso a la galería de mi móvil y me pregunto si soy el elefante de Saramago o su cornaca. En la novela, miles de millas de un viaje donde el paquidermo es la excusa argumental para mostrar la naturaleza humana. En mi caso, cuarenta pueblos visitados (asambleas, actos públicos, reuniones con alcaldes/as…), muchos de ellos más de una vez (y dos), pero muchos más pendientes, donde trazar el mapa de la provincia de Sevilla requiere, por suerte, ver a mucha militancia, mucha gente que no sale en las noticias, pero que cada día hacen su trabajo político y social, la mayoría de las veces sin remuneración, a base de pulso y ganas… y casi nunca reconocido. Ni siquiera el esfuerzo de estar todos los días en ruta es suficiente.

En estos primeros días de la semana, las líneas imaginarias en el mapa me han llevado a estar con sindicalistas de CCOO Correos, con nuestra gente en Castilblanco, o recordando la Segunda para caminar hacia la Tercera. Detrás de cada una de esas fotografías hay un esfuerzo colectivo, un intento de cambiar las cosas, a veces un cabezazo contra un muro que parece infranqueable. Y detrás de todo eso, muchas otras veces, la incomprensión o, aún peor, la indiferencia. ¿Queja? todo lo contrario: somos tan cabezotas que algún día romperemos el muro; y si hay otro muro detrás, a tomar carrerilla, que igual la siguiente vez lo saltamos.

En el fondo, quién sabe, los hombres y los elefantes no lleguen a entenderse nunca (…). Una pena. Somos, cada vez más, los defectos que tenemos, no las cualidades (…). He descubierto que soy tal cual el elefante, una parte de mí aprende, la otra ignora lo que la otra parte aprendió, y tanto más va ignorando cuanto más tiempo va viviendo (…). Tienen razón los escépticos cuando afirman que la historia de la humanidad es una interminable sucesión de ocasiones perdidas.

En el fondo, hay que reconocer que la historia no es selectiva, también es discriminatoria, toma de la vida lo que le interesa como material socialmente aceptado como histórico y desprecia el resto, precisamente donde tal vez se podría encontrar la verdadera explicación de los hechos, de las cosas, de la puta realidad (…). Como ya deberíamos saber, la representación más exacta, más precisa, del alma humana es el laberinto. En ella todo es posible.

(Las frases encadenadas son de El viaje del elefante, de José Saramago).

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