El calamar y la ballena

Reconozco mis prejuicios ante el cine norteamericano. Reconozco que, cuando voy al Avenida, siempre procuro encontrar pelí­culas europeas o asiáticas o sudamericanas, y que ante carteles como Una historia de Brooklyn sólo me paro si el resto ya está visto o no me convence. Reconozco, por último, que las dos o tres cintas estadounidenses que he visto este año me han gustado, aunque ninguna (tal vez por esos prejuicios) me haya llegado del todo, salvo Match Point, que por ser de quien es ya me llevó premeditadamente a verla con simpatías.

Una historia de Brooklyn (The skid and the whale) me ha dejado con las ganas de que durase más tiempo. De hecho, cuando salieron los créditos, ni siquiera me habí­a dado cuenta del tiempo que habí­a pasado. Estaba tan concentrado en sus diálogos, en lo que cada personaje deberí­a estar pensando en cada escena, que tampoco me di cuenta de que hubo un señor sentado delante mí­a que estuvo un rato hablando por el teléfono móvil.

Un escritor en horas bajas, ratero y algo violento. Su mujer, escritora de best sellers y con numerosos amantes. El hijo mayor, a la sombra del padre. El menor, a la de la madre. Un divorcio. El padre que se acuesta con la alumna. El hijo que se enamora de una chica que no conoce a Kafka. La madre que se lí­a con el profesor de tenis. El hijo menor que esparce su semen por el colegio. Una historia que podrí­a ubicarse en cualquier ciudad occidental. Salvo en Dos Hermanas, claro.

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