En la sala de espera de la consulta del oftalmológo, los móviles suenan a volumen de otorrino. Mis glándulas han vencido a los chalaciones gracias al tratamiento, a la manta eléctrica «durante el tiempo que dura un telediario» y a la higiene ocular con champú para niños. Aunque mis ojos aún conservan restos del naufragio, ya no es tan obligado ir a las manifestaciones en modo Martirio. Gracias mil, Alfonso Romera, oculista bro de la vista.
Publico esto a las 17,54 h., justo cuando comienza el verano según el Observatorio Astronómico Nacional. La tarde del viernes quedará colmatada por las fiestas de fin de curso en los colegios, mi hijo bailará al ritmo de ‘Fame’ («Tenéis muchos sueños, buscáis la fama, pero la fama cuesta… Aquí es donde vais a empezar a pagar, con sudor»), se van cumpliendo etapas y abriendo nuevos ciclos en las historias particulares y colectivas.
Mi percepción del verano ha ido cambiando con el paso de los años. De una estación excesiva y pesada, he aprendido a verla con los ojos de mi hijo. Su mirada naif, todavía ajena a las dificultades de la vida adulta, es mi mejor terapia natural, sin receta ni contraindicaciones.