Jornada de reflexión

Martes por la tarde, más de una hora de retraso en la consulta de mi médico de familia: reivindico su derecho a “ocupar el tiempo necesario para cada paciente, según su caso particular”, tal y como pone en una hoja junto a la puerta.

A falta de uno, le traigo dos chalazium (¿chalaziums? ¿chalaciones?…) como dos cúpulas doradas del palacio de congresos donde, a las 8 de la tarde, se celebra el acto central de la campaña de Unidas Podemos en Sevilla.

Durante la espera, escribo estas líneas y observo la paciencia de las pacientes (casi todas mujeres pacientes o mujeres que acompañan a hombres pacientes). Siempre hay alguien que se queja o suspira, siempre quien replica que prefiere entrar más tarde y recibir la atención que se merece. Es la dialéctica social.

Conclusión: Calor seco. Suero fisiológico. Colirio de tobramicina. Pomada oftálmica de hidrocortisona. Díez días de tratamiento y cita con Oftalmológía para ¡el 21 de junio!

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Días tan rápidos, tanto, de tanto estrés, que está prohibido reflexionar. No digo pensar: piensas qué vas a decir en tu próximo acto de campaña; piensas cuando vas en el coche y la voz más familiar es la de la chica que te guía en el google maps; piensas qué vas a escribir cuando tienes que corregir y ordenar los mensajes de un tríptico para las elecciones municipales; piensas, en definitiva, porque el cerebro no se para, llevas el piloto automático, casi inteligencia artificial. En esta perspectiva, pensar es consumirte, reflexionar es rebeldía.