Bilbao.

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Rumbo norte, donde en los ochenta siempre llovía en domingo, donde en este siglo los rayos de sol me preguntan por ti. Por el camino, desde el cielo nocturno, las luces de Madrid, Ávila, Aranda del Duero, Miranda de Ebro, Vitoria… La ciudad que conocí en verano de 2001 ha cambiado, pero no se me hace extraña, así la esperaba.

El viajero occidental siempre se va con intención de regresar; algunos recuerdos se actualizan (la gente ya no se burla del tranvía, turistas en el mercado, la comida potente de la tierra, el txakolí en Las Bóvedas…) y otros se vuelven a calibrar, como los punteros de las balanzas. En la puerta del Guggen hay un muchacho cantando por Fito, aprovechando el photocall del perro de flores. Dentro, reencuentro con Gilbert & Georges, Wharhol, Rothko, Sol LeWitt y (esculturas y cerámica de) Picasso, la araña gigante bajo el xirimiri.

(Pero la capacidad de sorprenderse cada día permanece casi intacta. Fallece Concha Velasco y lees que (al menos en un tiempo) estuvo en CC.OO. Olvido Gara es su contrapeso: casi me arrepiento de haber ido a sus conciertos y llevar una camiseta de Fangoria. (Arrepentirse de estas cosas no tiene sentido). El abismo entre la chica yeyé y el spam vaquerizo es del tamaño de la Galicia rural de Miguel Costas).

Coordinador de Izquierda Unida Sevilla.