Iniciamos 2017 dejando atrás el año en que, según Oxfam (1), el 1% de la población mundial acumuló más riqueza que el otro 99% en 2016, una de cada nueve personas careció de alimentos suficientes para comer y más de 1.000 millones de personas vivieron con menos de 1,25 dólares al día.
Paradójicamente, esos mil millones de personas en pobreza extrema son habitantes de países donde se gastaron casi 80.000 millones de dólares en armas vendidas por Estados Unidos, Francia y Rusia, o de países en desarrollo como Qatar, Egipto y Arabia Saudí (2), todos ellos implicados en conflictos de seguridad interior o guerras que violan cada día los derechos humanos más esenciales.
Dejamos atrás un año en el que todos los esfuerzos del capitalismo por la desaparición progresiva de las fronteras económicas contrastan con la creación de miles de kilómetros de nuevas fronteras para las personas, llegando a un cuarto de millón desde 1991 (3).
Se nos va el 2016 y la Humanidad ha vuelto a perder la oportunidad de caminar en la dirección opuesta a su autodestrucción. En el III Encuentro Mundial de los Movimientos Populares que tuvo lugar en Roma del 3 al 5 de noviembre pasado –donde participaron unos 200 activistas de entre los más pobres de la Tierra (cartoneros, recicladores de basura, vendedores ambulantes, campesinos sin tierra, indígenas, desempleados, chaboleros, vecinos de asentamientos populares, etc.) pertenecientes a 92 movimientos populares procedentes de 65 países de los cinco continentes-, el papa Francisco dijo (4):
“¿Qué le pasa al mundo de hoy que, cuando se produce la bancarrota de un banco, de inmediato aparecen sumas escandalosas para salvarlo, pero cuando se produce esta bancarrota de la humanidad no hay casi ni una milésima parte para salvar a esos hermanos que sufren tanto? Y así, el Mediterráneo se ha convertido en un cementerio, y no sólo el Mediterráneo… tantos cementerios junto a los muros, muros manchados de sangre inocente”.
Hemos dejado atrás el año donde el brexit y la victoria de la extrema derecha en Estados Unidos ha provocado el tambaleo del stablishment europeo y de los mercados internacionales, tambaleo que este 2017 puede llegar con la victoria de Le Pen en Francia y el ascenso de los partidos xenófobos en otros países de nuestro entorno. La ultraderecha no es ni antisistema, ni anticapitalista, es más bien una nueva versión del ultracapitalismo que tiene la virtud de avanzar entre las clases populares reciclando viejas recetas del fascismo y el nazismo del siglo pasado.
Cabe preguntarse si hablar del crecimiento de la ultraderecha en Europa sugiere que alguna vez Europa ha sido de izquierdas, como escribió recientemente Rosa Regás. Según Thomas Coutrot, de Attac Francia, “En Europa, como en Estados Unidos, la extrema derecha populista prospera gracias a las frustraciones de las clases medias y populares blancas, a las que les promete volver a un pasado idealizado de orden y prosperidad. Un pasado en el que las clases populares se beneficiaban de una relativa seguridad en sus vidas resguardadas por las fronteras nacionales. Un pasado también en el que los negros, los árabes, los chinos (y las mujeres) ‘se mantenían en su sitio’… El populista de derechas clama contra ‘las elites mundialistas y apátridas’, absteniéndose en todo momento de criticar a las transnacionales de su país”.
En nuestro país, esa ultraderecha convive mayoritariamente dentro del PP y su marca blanca (Ciudadanos), tiene influencia en el poder legislativo (Ley Mordaza, LOMCE, reformas laborales o de las pensiones, etc.), sigue manteniendo el poder económico y de la jerarquía eclesiástica heredado del régimen franquista y va fraguando una nueva transición junto a otras fuerzas del régimen instaurado tras la Constitución del 78, persiguiendo así la máxima lampedusiana: «Nosotros somos leopardos y leones, quienes tomarán nuestro lugar serán hienas y chacales. Pero los leones, leopardos y ovejas seguiremos considerándonos como la sal de la tierra.» (Il gattopardo, G. T. di Lampedusa, 1957).
La imagen de arriba es de uno de los primeros fotogramas de una película de 1923 sobre la teoría de la relatividad. Uno de sus últimos textos dice: «Esta teoría abre un campo ilimitado a las especulaciones, los sueños y las fantasías (…) Puede que suponga el comienzo de una civilización diferente a la nuestra, tan distinta como la nuestra es de nuestros antepasados que vivían en las cavernas».
En el próximo año, tenemos una nueva oportunidad. No perdamos nunca la esperanza. Sigamos la máxima de Galeano: Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo.
NOTAS:
(1) El 1% de la población acumulará más de la mitad de la riqueza en 2016. El país, 19/01/2015. Enlace: http://bit.ly/1KUWoqn
(2) Los países en vías de desarrollo acaparan el 82% del comercio mundial de armas. Diario de Sevilla, 27/12/2016. Enlace: http://bit.ly/2hJzPLI
(3) Las dos maneras de perderse, Benoît Bréville. Le monde diplomatique, http://bit.ly/2icCGjC
(4) Las 4 cosas que el papa Francisco les dice a los pobres, Ignacio Ramonet. Le monde diplomatique, diciembre 2016. Enlace: http://bit.ly/2hjwgef