Rancio, Vintage o Clásico.

«La libertad es ir tú solo en el coche», dice el anuncio del utilitario. Delacroix, Henry Ford y Ayuso de profundis, siglos clamando al mismo patrón. Afirmó Alma Mahler que el buen gusto es el fin del arte, pero ¿Arévalo es un clásico? Yo creo que un clásico es aquella noche de 1960 en que El Fary recogió con su taxi a Ava Gardner y la paseó por medio Madrid. Que es La Novena Sinfonía de Douglas Sirk, los rostros hoy-imposibles de sus personajes. O la voz decimonónica de Walt Whitman recitando América, el primer audio de un poema grabado en la historia del ser humano. Un clásico, en modo muy personal, es ese grupo de whatsapp Rancios no, somos vintage, que creamos cuando los sectarios envenenaron las municipales del 2015 y nos conjuramos, como el poeta Carl Sandburg, en el convencimiento de que “nada sucede a menos que primero lo soñemos”. Yo, Claudio: el gangoso eterno, él sí que sí.

25W de una idea.

Comienzo el año leyendo Teoría general de la basura (cultura, apropiación, complejidad), de Agustín Fernández Mayo, un ensayo de lectura difícil pero no imposible, título clarividente (aclaración proverbial en el entreparéntesis) y un millón de referencias y anécdotas para mentes culturalmente inquietas. Por ejemplo: Tal día como hoy, pero en 1889, Nietzsche desayunaba queso y café en su casa de la calle Carlo Alberto 6, 3º de Turín. Cuando sale a la calle, a menos de doscientos metros, junto a una de las puertas del Palacio de la plaza Carignano, ve a un cochero maltratando a su caballo. Entonces el filósofo poeta interviene: se acerca al animal, lo abraza, rompe a llorar y pronuncia las últimas (y crípticas) palabras de su vida: «Madre, soy tonto». Después volvió a su casa, donde perdió la conciencia y el habla durante diez años, hasta que murió en 1900.

Alma y los versos sáficos.

A las diez y veinte de la mañana recibo una foto de un recién nacido sobre su nido del hospital público: «Luis Domingo Escamilla Galán ya está en el mundo». Insinuación gráfica evidente: otro bético más. (Para no gustarme el fútbol, estoy que me salgo). La mañana vacacional transcurre tibiamente entre los hechizos de la Celestina (a través del diario de Elicia) y las canciones de Tulsa; la tarde, hasta la puesta de sol, de recorrido fotográfico y mitológico (a través de los versos sáficos de Christina Rosenvinge). Y la noche, tras la cena, con Alma Mahler y Kokoschka: «Él no te dejó vivir, yo no te dejaré morir».

2023: Cultura del azar.

Si tuviera que elegir banda sonora original para (no necesariamente pensar en the very best of…, solo) recordar 2023, tendría en mente un poco de cada: clásicos de ayer en hoy (Belle and Sebastian, Iggy Pop, Everything But The Girl, Christina Rosenvinge, Jay Jay Johanson, Blur, PJ Harvey), lo nuevo clásico (sic: Rone, Nation of Language, Tulsa), los descubrimientos (Yaeji, Avalon Emerson, Jessie Ware) y temas que no olvidaré: la nostálgica Les cents prochaines années (Albin de la Simone), la tejedora Recovered Files (Neuman), el romanticismo de Fiestas del Patrón (Eddi Circa), las preciosas Loading (James Blake), The Sea (Romy), Sirens (Devendra Banhart), el hombro del camarada de La Guerra ha Terminado (Dani Llamas, The New Raemon) y el descaro de Todos menos tú (Parquesvr, I-Ace). Todo este conglomerado de músicas del azar (no las he elegido yo: me han elegido ellas a mí) tal vez tengan una cumbre, digamos, si tuviera que escoger la más representativa (¿por qué una?): la maravillosa colección de canciones del disco de Caroline Polachek Desire, I Want To Turn Into You (título y frase con la que explota Welcome To My Island).

Bilbao.

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A mi hijo le sorprende que cualquier calle, cualquiera plaza, cualquier elemento urbano es aprovechado por el activismo político. En 12 kilómetros a pie por Bilbao es imposible ignorar el genocidio en Palestina, está rotulado en las paredes, en los andamios de las obras, en la puerta del gaztetxe, del sindicato, del colectivo feminista; incluso en la puerta de la iglesia de la Encarnación, junto al horario de misa, alegato y rechazo a bolígrafo. Mientras, a escasos kilómetros de mí, una enorme bandera humana guarda silencio bajo el sonido de las sirenas.

10D [Perdón por la trascendencia].

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Eres capaz de fabricar un DNI con proporción áurea y también de justificar el bombardeo de ambulancias en Israel. De componer una canción de los Beatles con IA y negociar la destrucción de nuestra especie en un país que extrae diariamente 3,66 millones de barriles de petróleo. Reservar, sin pudor, el 10 de diciembre para la liturgia del Día Internacional de los Derechos Humanos, y dedicar los 364 días restantes a levantar muros y maltratar a tus semejantes, abrazar a gobiernos genocidas y reventar el planeta a base de pellizquitos de perdón en misas del domingo.