Bilbao.

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A mi hijo le sorprende que cualquier calle, cualquiera plaza, cualquier elemento urbano es aprovechado por el activismo político. En 12 kilómetros a pie por Bilbao es imposible ignorar el genocidio en Palestina, está rotulado en las paredes, en los andamios de las obras, en la puerta del gaztetxe, del sindicato, del colectivo feminista; incluso en la puerta de la iglesia de la Encarnación, junto al horario de misa, alegato y rechazo a bolígrafo. Mientras, a escasos kilómetros de mí, una enorme bandera humana guarda silencio bajo el sonido de las sirenas.

El tiempo nos respeta, casi nada de lluvia y clima templado en nuestro recorrido por Getxo y Portugalete. A nuestro alrededor, conversaciones en euskera y castellano indistintamente, personas mayores leyendo El Correo en metros y paradas del Bilbobus y un buen ramillete de turistas andaluces. La tarjeta de transporte Barik, una maravilla (ay, la distancia con Sevilla). Visitamos las catedrales, la del casco antiguo y la de Lezama, no soy futbolero pero aúpa Athletic. Nachos y txacoli en la antigua fábrica de galletas Artiach, donde antaño todo era gris, fábricas auxiliares de los astilleros y los altos hornos de Vizcaya, hoy camino del ensanche urbano, un poco como Torneo para el 92.

Coordinador de Izquierda Unida Sevilla.