El remitente

To tell you what I’m up to
And say just how I feel
You’ve got me writing
Love letters

En la casa de mi infancia (un piso bajo de vpo en ‘El Espolón’, edificio de 50 viviendas con una sola puerta de salida, en la barriada Juan Sebastián Elcano de Dos Hermanas) había una radio Philips de los años sesenta, donde mis hermanas escuchaban ‘Lucecita‘ y mi padre ‘El tío y el sobrino‘. También había un tocadiscos Cosmo 751, donde me aprendí de memoria el ‘Congratulations’ de Cliff Richard o singles de Pop Tops, James Brown, Los Bravos y hasta de los Smash, que aún conservo. Hace tres lustros, por desgracia, dejó de funcionar un ventilador Taurus, de esos que aún se venden en Wallapop y sitios similares. Y me queda una máquina de escribir Olivetti, que por entonces ocupaba un lugar preeminente en el salón de casa, bien protegida dentro de su maleta, sobre un mueble con ruedas, atril extensible y tapete de ganchillo, uno de los que mi madre manufacturaba en sobremesas y noches de películas de tiros en la televisión.

En esa máquina mecanográfica hacía mi padre los partes del cuartel y formalizaba en folios Galgo Parchemin sus envíos burocráticos (con copia en papel de calca), que rubricaba con una solemnidad imposible de imaginar en formato correo electrónico. Ahí escribí mis primeros trabajos para el colegio y el instituto; ahí el relato breve que presenté a mi primer y único concurso; ahí rellené como ermitaño las credenciales de apoderados e interventores para las elecciones, mis primeros scritti politti y (sic) mis cartas de amor secretas (para evitar ser descubierto por mi caligrafía).

Sin pretensión de Grandfather Chives. Hoy escucho la radio en la app de RNE. La obsolescencia programada de mi reproductor de música me empujó a la app de Spotify. La máquina de escribir, los singles viejos heredados y hasta mis propios vinilos, casetes y otros objetos de culto ocupan espacios visibles en mi hogar, pero han perdido su valor de uso y adquirido un valor de cambio sentimental. Hace poco recuperé la pluma que mi padre utilizaba para firmar: es casi lo único que manejo a diario; pero incluso esto que lees lo he tecleado, a ratos, en mi smartphone. Lo que no ha cambiado, ni ya para qué, es el remitente de mis cartas, aunque sea para pensar en cómo redactar un mensaje de telegram.

Comentarios

Gregorio Rodríguez dice:

Máquina de sentir,
de música pintada.
Tecla, tacto, texto.
Un mismo sonido.
Vida, espejo, renglón.
Espacio. Vida. Escribo.
Y en las letras la luz, papel de calco.
Corazón en la memoria.

Charini Rogo dice:

Cuántos recuerdos de mis años de clase aprendiendo a escribir ahí,cómo le gustaba escuchar a todos a una teclear,y cómo me liaba cuando tenía que cambiar la cinta,jejeje.
Añoro ese tiempo.??

Deja una respuesta