He decidido evitar las grasas, el azúcar, la sal, la cafeína y el alcohol, que dañan mis arterias; cuidarme mejor, consumir frutas, verde, alimentos integrales, con fibra. Agosto es buen mes para ese reciclaje, aunque ya lo llevo empezado desde finales de julio. El siguiente paso será el ejercicio físico (ligero), verdadero plan aire para los pulmones y nivelador del corazón. Sin ánimo de progresividad, sin integrismos, basta con una cierta rutina, sencilla, natural, que no me lleve a rebobinar en en septiembre.
Con ese empeño, este mes de uvas negras, sandía, melón y tomates del Bajo Guadalquivir, me devuelve a la mesa del almuerzo en casa desde que era un niño y mi madre iba al pueblo, es decir, a la plaza, es decir, al mercado de abastos de toda la vida hasta que nuestro alcalde Toscano se empeñó en echarlo abajo por dentro (bien) y por fuera (mal).
Los recuerdos también llegan al abrir un ejemplar de ‘El Quijote’ y encontrarme con la caligrafía de mi padre en la primera página, y su rúbrica, que nunca le faltó, bajo la fecha del 24 de abril de 1999. He decidido revisitar la obra de Cervantes para despojarme de aquella lectura por obligación de bachiller de letras en que me hubiera gustado leer y entender ‘Rayuela’ y sólo pude lo primero, casi furtivamente, y lo segundo, según, en algún verano de mil novecientos ochenta y pico.
Alonso Quijada tenía mi edad cuando inició sus aventuras caballerescas. En el prólogo de la edición que estoy leyendo, Francisco Umbral cita esta frase de Voltaire: «Yo, como don Quijote, me invento pasiones solo para ejercitarme». Las mías no son inventadas, pero nunca he creído que el hidalgo manchego estuviera loco. Empecemos por la alimentación.