Aprender a comportarse en público ante las prisas y los nervios; las dudas: colapso en la Junta Electoral Central, nuestra gente esperando en los juzgados.
El aparcamiento de la Plaza del Arenal amanece estos días con el canto de un pájaro -supongo un mirlo invasor- que encajaría a la perfección en el primer movimiento de la sinfonía número 11 de Philip Glass, esa nueva maravilla sonora que me acompaña cada vez que urge un antídoto de euforia.
Dos frases recorren las horas; una tiene que ver con la canción de Serrat dedicada a los locos bajitos, la otra está en un libro de Murakami: «Actúa siempre como si una cámara te estuviera vigilando». La complicidad por descubrir –spoilers fuera- me deja, por ahora, en la equidistancia entre el pintor de retratos y el misterioso Menshiki, 54 años y pelo blanquísimo.
Leo:
-Me parece que usted tarda más en entender las cosas que la gente normal, pero puede que, a la larga, el tiempo se convierta en su aliado.
Ahora que estoy con ‘La muerte del comendador’, me he dado cuenta -grata sorpresa intelectual- de las secuelas que arrastro desde que cerré ‘Soy un gato’. Tanto esfuerzo por pasar las doscientas primeras páginas y ahora echo de menos aquellas escenas, aquellos personajes, sus absurdas convenciones fronterizas del Japón feudal atravesando el abismo de la modernidad.
(A mi futuro/a amigo/a invisible: gracias a Ana estoy leyendo la primera parte. Me falta la segunda, no digo más).