Escribano palustre es un pájaro pequeño y liviano que suele pasar desapercibido; su subespecie iberoccidental está en peligro crítico de extinción, todo lo contrario que la egolatría. También es el título de un programa maravilloso en Radio 3, por el que doy gracias a la divina providencia cuando viajo solo en las mañanas de domingo, o en las noches podcast de la ducha. Escuchando el canto de Escribano palustre aprendí que las tecnologías nos pueden llevar a una sociedad jardín o a un desierto de progreso (elegir sin más la expresión bonita es hacer trampa).
(Cuando no entiendes nada de un tema, todo es susceptible de metáfora).
Marisol pinta en modo artesanía unos palillos de madera mientras escucha El hombre que casi conoció a Michi Panero. Se puede decir que soy el hombre que casi conoció a Cocteau Twins, porque Robin Guthrie me dijo «Hello» y «Thanks» cuando compré sus discos en un Nocturama de 2007. A ciertas edades, el dream pop en los auriculares ayuda a pasear por pasear, mirando lo justo para no tropezar, con gafas de sol y sin cera fijadora en el pelo, bajo el sol de este lunes 8 que es 9, tras los fastos de la Magna y la contracumbre del manga, y mañana 10.
Lo que quiero decir es que hoy dos palomas no son ratas voladoras jugando en lo alto de una farola, después de un ayer en que vi a un hombre lanzarse al vacío desde lo alto de una farola en Brenes. A pleno sol, incluso, mi teléfono móvil olvida los surcos de mi dedo pulgar, como si en ellos hubiera grabado una nueva melodía/contraseña. Lo escribe Guillem Martínez, «El olvido no es detrimento, o no menos que la memoria. Simplemente, sucede y requiere el mismo esfuerzo». En detrimento de la memoria, mi colección de fotos de hace un año exacto enroca farolas con el puente metálico de Santurtzi.
(Todo es susceptible de metáforas, menos tú).
