Take me away

Los días de esta semana han pasado como temas free jazz de Hiromi: del vértigo a la paciencia, de naif a minimalista, a veces turbio y otras transparente, entre el sobresalto y la placidez, incluso tiempo para la reflexión y la armonía. 

Leí de la era de Internet que es como cuando surgió el telégrafo: la historia se repite, primero como apocalípsis y simultáneamente como redención. El jueves, tomando un café en Almonte, pensé que hay quienes escriben cosas muy personales en las redes sociales porque tal vez así se sientan acompañadas por ese estruendo silencioso que consiste en ver a cientos, miles de personas al otro lado de la pantalla del ordenador o smartphone. 

A veces, los mensajes en las redes sociales son hoy lo que ayer fueron las cartas del extraño que enviaba ramito de violetas en aquella canción de Cecilia.

Tengo suerte: cada día me doy más cuenta de que soy más conocedor que conocido, que en esta semana, con dos manifestaciones caminadas, encuentros con compañeras y compañeros de La Algaba y Cantillana, reuniones con nuestra gente de La Luisiana, Écija, La Campana, la amalgama de la Plataforma Salvemos Doñana, más las visitas fugaces, más todos los efectos colaterales en forma de conversaciones, intercambios, mensajería instantánea… incluso así, hay algún momento en cada día que piensas que cada palabra escrita o dicha es una invitación a la soledad, y que eso, por mucha timidez que arrastres, es bueno afirmarlo de vez en cuando, siquiera sea en el momento en que se apagan las luces del escenario y toca recogerse a descansar. Como en un concierto de Hiromi.

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