Soy optimista porque sé, como David Byrne, que el cielo es un lugar donde nunca pasa nada, y que el Paraíso es un puticlub abandonado en la carretera de Dos Hermanas a Alcalá, frente al que me paro a diario, cosa de los atascos, camino de vuelta a casa.
Lo soy, como mi compañero Juan Antonio de Espartinas, denunciado por participar en una protesta ciudadana, o como Rafael Cobano, alcalde de Paradas, optimistas de voluntad, optimistas por pesimistas bien informados.
Soy optimista no por ingenuo, ni por esa tozudez del millón de votos irreductible. Lo soy porque cada vez que me junto con mi gente, gente como mis compañeros de Guillena, con Juana Caballero (que dice que, fuera de mi pueblo, todavía soy un melón por calar), Maria Izquierdo o Marcelo Domínguez, pienso que todas las piedras del camino ya están vistas y el riesgo de tropezar en ellas es una buena razón para atreverse a sortearlas. Y que la tozudez es una oportunidad, y la debilidad no es una opción.