Mi hijo nació tres semanas después de esta fotografía. El larguirucho rubio que está a mi lado es Jay Jay Johanson, un crooner sueco que hace canciones maravillosas. El 28 de julio, al llegar a casa, mi pequeño escuchó a Vivaldi, a Bach y a otros clásicos, pero en la barriga de su madre, durante aquella noche del Nocturama, debió interiorizar por primera vez la importancia de la música, aquellas canciones cálidas, llenas de amor colectivo.
El vuelco que te pega la vida, tantas contradicciones existenciales, que te nubla la vista y te quita las ganas de comer al mismo tiempo que te refuerza el sentido y la sensibilidad.
Cualquier pareja que tiene hijos/as vive ese mismo vuelco vital, contradictorio, existencial. Más aún cuando las cosas vienen torcidas, se llamen Irene y Pablo, María y Juan, sean reyes o vasallos, aunque no sea igual una cama de algodón que una de helechos, la comodidad o la necesidad de comer como primer objetivo.
Las familias del Open Arms o las que cada día atraviesan en pateras de la muerte no tendrán la fortuna de recordar fotos complacientes como las de este post, pero seguro (basta escuchar la tradicional africana Fisherman de Zara McFarlane) que todas tienen algo que tararear en sus cabezas, con añoranza y esperanza de un futuro mejor. La Europa neofascista que las rechaza no puede quitarles esa fortaleza.