En la historia de la Humanidad, la mayoría humilde lleva siglos luchando por mejorar su calidad de vida, frente a una minoría pudiente que se ha desvivido por mantener o incrementar sus privilegios. Es lo que las personas marxistas definimos como lucha de clases y tuvo su hito de inflexión en la revolución soviética encabezada por Lenin en 1917. No obstante, como habitualmente nos recordaba Josep Fontana, la mayoría de esas luchas fueron organizadas y realizadas por seres anónimos para los anales de la historia, casi siempre escrita por los vencedores. Y es obligación de la izquierda política rendirles homenaje por sus logros y dedicación, mientras la derecha rinde pleitesía a sus reyes y tribunos.
Muchos de mis momentos más gratos, como militante comunista, se encuentran en actos de reconocimiento a quienes lucharon por derechos conquistados para un barrio, un pueblo o la clase trabajadora en su conjunto. Acompañar a Julio Anguita en la rotulación de la Plaza Alcalde Manuel Benítez Rufo, junto a éste, ver el nombre del camarada Pachi en el lugar donde dedicó tanto esfuerzo en la clandestinidad y como dirigente vecinal, saber que existe una calle denominada Juan Antonio Jiménez Adame en Dos Hermanas, visitar el parque dedicado a Ángel Marco en Mairena del Aljarafe… a todos esos momentos, que permanecen imborrables en los pliegues de mi humilde memoria, se une el día de hoy (13 de enero de 2021) y la hora (5 de la tarde) con la colocación de una placa dedicada a Francisco Rodríguez Ledesma, un albañil asesinado en Hytasa a manos de un policía franquista, a escasos metros de donde fue abatido.
Según el incombustible maestro Juan Morillo, este homenaje a Paco lo es también a las luchas «de las trabajadoras y trabajadores del Cerro del Águila que trajeron al barrio los colegios, la urbanización de las calles, el centro de salud… y alejaron la contaminación del «guano», de las aguas sucias, las calles embarradas…En este empeño quedaron algunas vidas, vecinos atropellados y asesinados por balas represoras».
Rescatar del silencio estos nombres tiene múltiples sentidos y enseñanzas. En primer lugar, hace justicia al recomponer un relato histórico que nunca debió ser deconstruido. En segundo término, ofrece a sus seres queridos y a su entorno social el calor, el respeto y la admiración que tal vez no recibieron cuando se vio truncada su existencia. Y también, en un sentido trascendente, proyecta y pone en valor, para quienes recogemos el testigo de las luchas de tantas personas como Francisco, conocidas o borradas, eso que tan bien cuenta Terry Eagleton en ‘Esperanza sin optimismo’: «Lo que incita a hombres y mujeres a la rebelión no es el sueño de la liberación de sus nietos sino el recuerdo de sus antepasados oprimidos. Estamos aquí para agitar en nombre de los que ya no pueden hacerlo: los muertos».
Mi agradecimiento a todas y todos aquellos que nunca permitieron que la niebla densa del olvido ocultase el recuerdo de aquel triste día de 1977, durante una manifestación contra el cierre de la fábrica de Hytasa. Personas que no han caído en el desaliento hasta lograr que el nombre de Francisco Rodríguez Ledesma permanezca unido al pulso colectivo del barrio, símbolo de victoria en la lucha final, a la fuerza de los (y las) débiles.