Anoche, tras el cierre de los colegios electorales, me fui al cuartel general de Sumar en Sevilla. Ya conoces cuál fue el camino: incertidumbre hasta la photo finish, bocadillos militantes delante de la pantalla, victoria a los puntos de la democracia, Tezanos cenando Horquillas a la Michavila, the woman in red inclinando el balcón de la calle Génova y las tertulias actualizando el libro del presidente. Y Yolanda combatiendo su afonía con la sonrisa más emocionada y verdadera.
Casi a medianoche, mientras nos haciámos las fotos con Engracia y Francisco, marqué dos de las tres notas mentales del día: solo me falló que no obtuvimos mejor resultado que en 2019.
A los medios locales, que me entrevistaron en mi colegio electoral, les dije que votar es manifestar la voluntad de decidir el futuro que queremos, mientras que lo contrario demuestra indiferencia ante lo que se nos puede venir encima. Lo primero tenía que ver con la esperanza; lo segundo, con el miedo. La victoria ha sido mayor por creer que todo estaba ya amortizado, por poco esperada, por surgir como acto de rebeldía ante la gran estafa, los trackings electorales y la implantación mediática del pesimismo.
He recibido muchos mensajes, durante los días atrás, ayer mismo y hasta hoy. Mi gente dice que me va a seguir llamando senador (aunque me haya quedado a varios cuerpos de distancia), algo así como un título honorífico, jaja. No encontramos la aguja en el pajar, pero de cariños me quedo bien servido. Ninguno de ellos están en la recapitulación que he preparado hoy para los informes que expondré esta semana en los órganos políticos de Izquierda Unida. Aprender, aprender, y agradecer, agradecer, tanto como para necesitar descansar… que es lo que voy a intentar, aunque sea medio a trompicones, durante los próximos días.