Nos pasamos el día combatiendo la palabreja de moda (o al menos todos los días la mencionan en el programa El Ojo Crítico). A veces se consiguen avances, como cuando dos centenares de trabajadoras de los comedores escolares tuercen el brazo a la Junta de Andalucía y a los molinos de viento.
Son pequeños logros que rompen con la dinámica de la ‘utopía negativa’, la sociedad indeseable. El gran logro sería, al menos en mi opinión, que las personas que trabajan en esos mil comedores de escuelas públicas no dependan del concepto de negocio, sino de esos otros factores que nunca computan en el PIB: la calidad de los menús que comen niñas y niños, la garantía para sus madres y padres de que están en buenas manos y la seguridad de los derechos laborales de quienes trabajan allí.
En estos días, desde Izquierda Unida estamos confrontando la distopía social. Lo hacen nuestras asambleas, convocando actos y encuentros informativos sobre las cláusulas suelo (Écija, Puebla de Cazalla, Los Palacios, el viernes con la PAH en Bollullos de la Mitación…), proponiendo planes de salud municipales y defendiendo la sanidad pública, contra la pobreza energética, las canalizaciones de fibrocemento, apoyando a las mareas…
La utopía queda lejos, claro, pero el esfuerzo de las personas con las que trabajo cada día hace posible que la esperanza se mantenga. Esa sensación de cercanía alimenta, pero no engorda, y no sólo la veo en los ojos de la militancia, sino, si me apuras, en los grupos de whatsapp de IU en las comarcas, en la nueva página de Facebook del Aljarafe, en el agradecimiento de la gente. Queda tanto por delante, que no dan ganas de parar.