Complejo de minoría

Hubo una encuesta en la que el 80 por ciento de las personas afirmaban que conducían el coche mejor que la media, algo que es matemáticamente imposible. En el lado opuesto, otra encuesta dio como resultado que las personas con un mayor coeficiente de inteligencia dudaban mucho más de sus capacidades que quienes tenían un coeficiente menor.

En la izquierda alternativa al pensamiento único existe muchas veces un sentimiento de inferioridad que en política podría denominarse “complejo de minoría”. En no pocas ocasiones, asumir ese papel de Pepito Grillo en nombre de las minorías desvalidas, perseguidas, que en realidad ¡representa a las mayorías!, se convierte en una zona de confort, una envolvente protectora, el medio cascarón que cuidaba de Calimero, aquel Pollo negro que sufría porque el Pato verde le había robado la personalidad, y por eso se sentía muy triste.

Este espacio de autenticidad es cool y permite conservar las esencias intactas, pero, salvo excepciones, es poco útil, acaba generando frustración y, peor aún, invita al síndrome de Fausto.

La pregunta es ¿Se puede tener voluntad de cambio sin voluntad de mayoría?

‘El revolucionario debe ser capaz de oír la hierba crecer’, escribió Marx. No hace falta recordar el 15M. Desde nuestro Estocolmo particular, podemos conformarnos con escuchar el paso de los trenes o subirnos a ellos y generar dialéctica al mismo tiempo que complicidad. Podemos ser como la insólita protagonista de la ópera «El caso Makropoulos», una cantante de 337 años que alcanzó la inmortalidad a costa de ser «fría como el hielo», o entender que las rosas, las mareas o las camisetas blancas o rojas son ideológicas cuando se convierten en símbolos de lucha frente al poder. No se trata de traicionar nada, sino de saber leer las necesidades, que son nuestras en cuanto lo son del Pueblo. Que las olas que golpean las ciudades no nos pille preparando la revolución en la playa, solas y solos alrededor de la hoguera.

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