A veces el arte es capaz de provocar mil interpretaciones, una por persona. Esta imagen, que he visto en El país, es de la performance Cegos, realizada por el Deviation Collective -un grupo experimental de la Universidad de São Paulo-, delante del palacio residencial del presidente brasileño.
Allí se harán lecturas muy particulares, pero tampoco se habría quedado corta delante de Zarzuela o Moncloa, o a las puertas de San Telmo. En vez de “chicos con sus corbatas y sus trajes, y sus carteras. Las chicas con sus bolsos, siempre bien arregladas”, podría ser una simulación realizada por docentes, personal de Correos, o usuarios de la sanidad pública andaluza de la Sierra Sur.
Fíjate si el barro y la venda en los ojos darían juego simbólico a la cosa, desde la situación del colectivo reivindicativo concreto hasta la queja global, lo mismo un “estamos ya en el fango” que un “no nos mires, únete”.
Dice poéticamente el autor del artículo que ”Ese coro trágico de figuras ciegas y desamparadas, que avanza lentamente hacia ninguna parte, recuerda la historia de aquel hombre, Edipo, que se quitó los ojos cuando supo lo que había hecho y que, a partir de entonces, consiguió ver un poco más lejos. Y dijo entonces: “El tiempo, que todo lo puede, arrasa con todas las demás cosas””. Yo, que soy más bruto, o más prosaico, me acuerdo de la ceguera social de la novela Saramago, el contagio de un mundo acostumbrado a mirar sin ver demasiado.