El remitente

To tell you what I’m up to
And say just how I feel
You’ve got me writing
Love letters

En la casa de mi infancia (un piso bajo de vpo en ‘El Espolón’, edificio de 50 viviendas con una sola puerta de salida, en la barriada Juan Sebastián Elcano de Dos Hermanas) había una radio Philips de los años sesenta, donde mis hermanas escuchaban ‘Lucecita‘ y mi padre ‘El tío y el sobrino‘. También había un tocadiscos Cosmo 751, donde me aprendí de memoria el ‘Congratulations’ de Cliff Richard o singles de Pop Tops, James Brown, Los Bravos y hasta de los Smash, que aún conservo. Hace tres lustros, por desgracia, dejó de funcionar un ventilador Taurus, de esos que aún se venden en Wallapop y sitios similares. Y me queda una máquina de escribir Olivetti, que por entonces ocupaba un lugar preeminente en el salón de casa, bien protegida dentro de su maleta, sobre un mueble con ruedas, atril extensible y tapete de ganchillo, uno de los que mi madre manufacturaba en sobremesas y noches de películas de tiros en la televisión.

Luna de agosto

Cause in my dreams the things
I’m wishing for
Keep coming true

Cada agosto de cada año vuelvo a aquella preciosa canción que Radio Futura dedicó a la madre y señora del mosto morado, que nadie puede probar. Creo que la última vez que bebí buen vino fue cuando Paqui y Ana se llevaron de casa dos de las mejores botellas al tanatorio para brindar por Carlos, tal vez el más bonito homenaje que se le pudo hacer para su despedida material de este mundo, que no de su memoria, que nunca se me escapa, ni desfallece, que me permanece insomne. Lo recordé entonces con una sencilla canción de Moustaki que habla de evitar ése día la tristeza, de comer y beber y tocar la guitarra y hacer el amor.