Recibo un whatsapp de una compañera de Palomares.
«Nuestra sede huele a azahar», escribe.
No me resisto a publicar la foto. Conozco la sede, muy humilde, como la mayoría de las que nuestra gente mantiene en los pueblos gracias a un esfuerzo que nadie ha sabido calibrar todavía, ni dentro ni fuera de IU. Una calle cerca de una bodega donde probé el mosto la última vez que estuve; una sala con una mesa de reuniones y una cancela que cuesta trabajo cerrar. El frío no ha logrado romper nuestra primavera, es lo que tiene la resiliencia.